lunes, 30 de septiembre de 2019

Topo Chico: la masacre que fundó un cártel

El hacinamiento en el Penal del Topo Chico era insoportable. En el interior reinaban los zetas que imponían su ley. Desde el inicio del nuevo milenio, las organizaciones criminales imperaron en México, la vieja penitenciaría ubicada en la zona metropolitana de esta capital se llenó de internos, literalmente a reventar.

Con la ampliación, había capacidad para 3 mil 800 reclusos. Pero el incremento de la criminalidad hizo que llegaran a haber, adentro, hasta 6 mil 500, allá por el año del 2006.



Un directivo del penal refiere que hasta antes de que llegara la administración del gobernador Jaime Rodríguez, el centro de reinserción social de la colonia Nueva Morelos, en Monterrey, tenía copados los pasillos con tendajos y chabolas, habilitadas para que ahí durmieran los desposeídos, los parias internos. Las personas privadas de su libertad, se tendían por las noches en los pasillos de los ambulatorios.

Había un dormitorio, el E con capacidad para 150 internos. Sin embargo, uno de los capos que controlaba el lugar, ordenó su desalojo para instalarse él con 30 internos que eran sus soldados leales, que les servían como guardia personal.


La unidad era como su propio palacete.

Al fondo de la hilera de celdas, en el primer piso, estaba el spa particular del capo, del que no refiere el nombre. Ahí había un jacuzzi habilitado como sauna que era usado para su deleite.

Ahora, como muestra un recorrido efectuado en el interior, el área está deshabitada. Solo quedan algunas pinturas de la pared. Se ve un enigmático letrero que dice Screwston, y paredes descarapeladas por el abandono.

“En ese tiempo no había mal presupuesto. El mal del Topo Chico era la mala administración, el mal control”, dice la fuente.

Al fondo del penal, en la esquina norponiente, cerca del área siquiátrica, había una especie de bodega apartada,  que era la sala de esparcimiento del zeta y sus soldados. Había bar y mesa de billar. También había mesas para futbolito y sofás para estar cómodamente instalados.

Enfrente, tenía un altar de la Santa Muerte en una capilla de concreto. El interior está delicadamente delineado y aunque ya está vacía, todavía sigue en pie.

Los integrantes del Cártel del Golfo habían sido literalmente desplazados por los zetas.

De acuerdo a la fuente, en la época de peor hacinamiento, los internos del CDG estaban prácticamente fuera del penal, pero de eso no sabía nada la sociedad. No debía saberlo.

Todo el reclusorio es un enorme amurallado que adentro se subdivide.

Cuando se ingresa, hay que pasar dos portones del estacionamiento hasta llegar al recibidor, donde se toman los registros de quienes hacen las visitas. A un lado de la caseta, antes de traspasar las rejas de seguridad que conducen al interior, está el denominado Salón Polivalente.

Esta área es usada para eventos cívicos, reuniones, capacitaciones, pero no para los internos, porque no está en la ergástula. Pues era tan grave el problema ocasionado, en esos años, por la sobrepoblación, que hasta allá fueron enviados los presos del CDG. No era posible colocarlos junto con los zetas.


En un momento, dice la fuente, los zetas llegaron a tener hasta 350 operadores internos que controlaban las actividades criminales, dentro y fuera de la prisión, con equipo de tecnología de punta, como computadoras con internet y teléfonos inteligentes, que les servían para controlarlo todo.

Ahora pueden verse internos fuera de la cárcel, en el estacionamiento. Son los que hacen el aseo, y visten la playera blanca y pants gris reglamentarios. Pero barren con grilletes colocados en los tobillos, para impedir que corran. Y son permanentemente vigilados por guardias.

La masacre de Topo Chico

El gobernador de Nuevo León, Jaime Rodríguez Calderón asumió la gubernatura en octubre del 2015 y tuvo que enfrentar, al inicio de su mandato, una crisis penitenciaria de dimensiones mayúsculas.

Entre la noche del 11 de febrero y la madrugada del 12 del 2016, se escenificó en el interior del área ampliada del topo Chico una de las mayores mascares en la historia penitenciaria del país.

Un total de 49 reos fueron asesinados con puntas, barrotes y otros objetos contundentes. Algunas versiones dicen que la cifra de muertos fue de 52. Las imágenes de las cámaras de vigilancia muestran momentos horrorosos en que hombres solos son derribados por una multitud y, en el suelo, despedazados a golpes.

El Gobierno de Nuevo León informó que los zetas se pelearon esa noche en el interior. La razón fue el control del cobro de extorsiones que les reportaba a los jefes cifras millonarias. Los directivos refieren que era de un millón de pesos a la semana.

De acuerdo a esta versión, fue así como Jorge Iván Hernández Cantú, El Credo tuvo que guerrear con sus internos leales, a Juan Pedro Saldívar Farías, el Z 27, que había llegado dos meses antes y quien pretendía disputarle el mando.

Por la madrugada, con los muertos tirados en los patios y en los ambulatorios, entró Fuerza Civil a imponer orden.

La administración estatal aprovechó la coyuntura para cortar el autogobierno. Fueron desmantelados todos los tendajos. Toneladas de basura fueron removidas.

Los reos peligrosos, entre ellos los dos líderes fueron enviados a otras penitenciarías.

La fuente dice que, como saldo de esta reyerta mortal, se escindió una parte de los Zetas para formar su propia organización, el Cartel del Noreste, que ahora ha crecido y se disputa una parte del negocio criminal en Nuevo León y otras entidades.

Algunas fuentes dicen que el CDN ya tenía actividades en diversas partes del norte del país, aunque el baño de sangre en el Topo Chico los consolidó como organización independiente.

La noticia impactó con tal fuerza en Nuevo León que El Bronco tuvo que moverse con rapidez para solucionar el problema. Disminuyó la población del Topo Chico reinsertando reos peligrosos en penales de máxima seguridad fuera del estado, y se esmeró por buscar el control interno.

El 7 de noviembre del 2018 cambió la historia carcelaria de la entidad.  Eduardo Guerra Durán, asesor penitenciario, reconfiguró la administración de los tres centros de internamiento locales. A él se le atribuye la reingeniería para el manejo de internos, tras el esperado cierre del Topo Chico, inaugurado en 1943, y programado para cerrar sus puertas este lunes 30 de septiembre.

El experto removió todos los mandos y colocó hombres y mujeres de su confianza en áreas clave.

Cuando llegó Guerrero, había 3 mil 700 internos, aunque lentamente han ido enviando a centenares a otras cárceles del país. Al mes de septiembre había 2 mil 763, aunque seguía la purga del Topo.

Esta semana fueron desalojados casi 2 mil internos y enviados al Penal de Apodaca I, que recientemente fue remodelado.

Unos 150 permanecerán todavía el fin de semana para permanecer en la ceremonia simbólica de clausura.

En Apodaca I habrá únicamente integrantes del Cártel de los Zetas.


Los del Golfo y del Noreste habitarán el penal de Cadereyta.

FUENTE: PROCESO.
AUTOR: LUCIANO CAMPOS GARZA.
LINK: https://www.proceso.com.mx/601339/topo-chico-la-masacre-que-fundo-un-cartel