martes, 24 de julio de 2018

Tienen oro y es su maldición: los nahuas, pobres, pagan sangre por la ambición de canadienses

En Huitziltepec no hay agua. A veces, ni siquiera para hacer un buche hay agua.


A pesar de eso, los habitantes de este pueblo nahua del centro de Guerrero, en temporal, con esfuerzo y tenacidad, arrancan a esta tierra reseca la mayor parte del año, siete a ocho toneladas de maíz por hectárea. Mucho maíz para un pueblo con estas características. El promedio en esta región sur es de 2.8 toneladas por hectárea.

El sueño de los habitantes ha sido sembrar todo el año, pero necesitan un sistema de riego conectado a una fuente de agua.
La ilusión iba a ser una pesadilla.

Saúl Sánchez Núñez tenía 31 años cuando lo eligieron comisario municipal. Era febrero de 2015.

Una mañana de marzo, lo llamaron a la comisaría a una reunión entre el comisariado de bienes comunales y representantes de una compañía.

“Como aún no era comisario en funciones les dije que no me correspondía. Me dijeron que era importante para la comunidad. Llegué cuando las autoridades del comisariado firmaban un papel. Me dijeron que era un permiso para que estos señores, gente que no conocía, buscaran agua. Yo dije: ‘ah pues sí firmo’. Y firmé”, cuenta.

Al joven y confiado comisario electo no se le ocurrió leer antes el papel.

En septiembre de 2015, asumió el cargo de comisario. Tenía pocos días como autoridad, cuando fue informado de que en el paraje de Totocualontitlán había entrado maquinaria y gente extraña había montado un campamento. El comisario fue a ver de qué se trataba. Había muchos hombres de chaleco y casco naranja trabajando. Se presentó y preguntó qué hacían y por qué habían entrado así al pueblo.

–Usted es el comisario – reviraron.

–Sí, acabo de asumir – respondió presto.

–Ahh, pues estamos aquí con su permiso.


Saúl Núñez sudó frío.

Uno de esos hombres le dijo que traía un documento con su permiso. Fue por él y lo sacó de una carpeta.

Recibió el documento y ahora sí leyó. Lo que había firmado era un permiso a la compañía Mineaurum Gold para buscar metales. Se trataba, en resumidas cuentas, del permiso de exploración.

Saúl dijo que era un error, que había firmado para que buscaran agua. Ellos seguían trabajando sin hacerle mucho caso. Dijo a esas personas que su firma en ese documento no valía nada, porque sólo la asamblea otorga esos permisos.

Años después, se le pregunta:

–¿Y el comisariado de bienes comunales también había sido engañado?

–Creo que no, ellos sí sabían, porque no hicieron nada para rechazar a la minera en nuestras tierras.

De hecho, un grupo de comuneros y ciudadanos opinan que se necesita la minería para generar empleos. En estos tres años, han tenido reuniones fuera de la comunidad para escuchar sobre el proyecto minero. Sería bueno algo así en nuestro pueblo, pero la gente no quiere –lamenta el actual presidente del Consejo de Vigilancia del Comisariado, Beremundo Castrejón.


Saúl Núñez en aquel septiembre de 2015 convocó a una asamblea urgente. Gente de la compañía lo visitó en la comisaría para ofrecerle un trato: cuatro mil pesos por cada perforación. Serían unos 50, para empezar.

Quien se ha convertido en uno de los líderes de la lucha antiminera en los pueblos nahuas confiesa que el ofrecimiento monetario pudo haberlo tentado, pero ante los asesinatos y enfermedades en Carrizalillo, desde que llegó la minería, tomó la decisión correcta.

“En la asamblea, con vergüenza, conté que había firmado sin leer el permiso para que entrara la minera, que asumía mi error y dejaba el cargo para que pudieran nombrar a otro comisario. La gente me perdonó y después expuse que implicaba si dábamos el permiso. Todos rechazamos su presencia y de ahí mismo fuimos a correrlos”, recapitula.
“¡Fuera, fuera, fuera! ¡Aquí no queremos minería!”, les gritaban. En el paraje ya habían levantado una barda de concreto a la que habían puesto “Los vuelcos del destino”, nombre de la concesión otorgada por el Gobierno federal que afecta 10 mil 651 hectáreas, de las 14 mil que tiene esta comunidad.


Esta mañana de junio de 2018 Huitziltepec se despierta con un cielo transparente. Se siente en el aire el olor del humo, ese humo que sale de los fogones y que precede al de las tortillas. Muchos olores y ruidos llegan de golpe a las glándulas olfativas.

Afortunadamente, son los olores y ruidos de un pueblo despertándose a las labores cotidianas. Hay mucha tranquilidad en Huitziltepec. Una tranquilidad que huele a resistencia.

NUEVO BALSAS: PRIMEROS AÑOS DEL INFIERNO

Aun con el calor de mediodía, este 20 de septiembre de 2016, los habitantes de Nuevo Balsas salen de sus casas rumbo a la cancha deportiva. Están citados a una reunión con organizaciones sociales que llegaron esta mañana para apoyarlos si es que deciden por segunda ocasión bloquear las actividades en la mina Los Guajes-El Limón, de la empresa Media Luna, filial de la canadiense Torex Gold Resources.


La reunión es resguardada por siete elementos y dos patrullas de la Policía Estatal Preventiva, parte de la seguridad con la que cuenta la compañía canadiense.

Pero nadie pide la palabra. El micrófono se queda del lado de los visitantes, unos 15 en total, de diversas organizaciones, entre ellas, la sección 17 del Sindicato de Trabajadores Mineros, Metalúrgicos y Similares de la República Mexicana.

“Compañeros, compártannos cómo están aquí, cuáles son sus problemas, queremos ayudarles”, dijo uno de ellos. Los pobladores de Nuevo Balsas se ven unos a otros, se dicen en corto –pasa tú, –no tú, –mejor tú, anda di todo lo que me estabas diciendo, tú lo sabes mejor. Nadie se anima.


El trayecto de la capital guerrerense, de donde llegaron las organizaciones a Nuevo Balsas, municipio de Cocula, es largo y cargado de nerviosismo, a pesar de que el contingente de visitantes es nutrido. En 2013, hombres armados comenzaron a detener unidades del transporte público y a llevarse a los pasajeros. Algunos siguen desaparecidos, a otros los regresaron después de que sus familias juntaron cada peso que les exigieron.

Se llega ahí por la carretera federal México-Acapulco, a través de un camino reseco que Media Luna, les prometió pavimentar a la altura de Mezcala (Eduardo Neri, tramo Chilpancingo-Iguala) o al cruzar todo Cocula. Ambas rutas peleadas por delincuentes.

La gente de las organizaciones vuelve a preguntar quién quiere hablar. Pero nadie alza la mano. Se ven temerosos de decir abiertamente lo que en corto sí comentan, que la actividad minera los está enfermando, que la mayoría tiene infecciones en la piel, ojos irritados, dolores de garganta, pérdida de voz.


En esa cancha enorme, con los policías pendientes de sus palabras nadie habló. Así se vive en Nuevo Balsas, con el miedo a las espaldas.

LAS NUBES DE POLVO

Al medio día, el pueblo se sacude con un tronido que levanta una nube de polvo. Sale detrás del cerro. Es la señal, como las campanadas de la iglesia para la misa, de que “Media Luna” inició la búsqueda de oro del día: 857.5 onzas.

Así lleva tres años. El 20 de noviembre de 2015, la Torex Gold Resources mostró a su personal calificado el resultado de su operación en Nuevo Balsas: su primer lingote de oro. Una barra dorada de 25 kilógramos. Los directivos celebraron en su oficina privada con un brindis con champaña espumoso. El resto de los trabajadores, lo contarían sus familias, se quedaron sólo con el orgulloso de haber fabricado la primera barra.

La minera proyectó extraer al año de Media Luna 313 mil onzas. Los informes de la Torex Gold a sus accionistas, disponibles en sus portales digitales, establecen que la operación de su primera mina de oro durará hasta 2025, tiempo en que extraerá 3.63 millones de onzas de oro.

Cuando lo minera inició operaciones es este pueblo, por un convenio que firmaron sólo los 90 ejidatarios, las familias, alrededor de 900, se mantenían de pescar y vender libremente la mojarra que sacan de la presa El Caracol, construida por la Comisión Federal de Electricidad (CFE) en 1986. Nuevo Balsas es uno de los pueblos que surcaban el río Balsas y que fueron reubicados por la construcción de la hidroeléctrica.

Para obtener dos gramos y medio de oro, deben remover una tonelada de tierra y plantas. Para una onza –equivalente a 25 gramos– 10 toneladas y para los 3.63 millones de onzas que espera extraer en su primera etapa, deberá cambiar de sitio 36 millones de toneladas de tierra.

Cada vez que la minera canadiense remueve la tierra llegan a casa de sus habitantes polvos fugitivos, con metales pesados como cadmio, mercurio, arsénico y manganeso, de acuerdo a las evaluaciones de la Red Mexicana de Afectados por la Minería (REMA).

Hace dos años, Juan Arteaga Medina, entonces de 67 años, hablaba y la respiración parecía detenérsele.
“Siento que se me va la vida porque de repente no puedo respirar y mi voz se me está acabando. Aparte todo se me atora, hasta el agua o mi saliva, y junto con la voz se me comenzaron a caer mis párpados y la luz lastima mis ojos, no puedo ver nada de frente, tiene que ser con estos lentes y tengo que hacerle así –inclina un poco la cabeza para subir el ángulo de los parpados– y no tengo dinero para curarme porque me acabe lo que me dieron en hacerme una casita”, dice.
El médico del pueblo le decía a Juan, que sólo padece de una infección en la garganta. Al médico lo pagaba la compañía minera.


Para estas fechas nadie supo dar razón de Juan, pero la mina sigue expulsando sus polvos cargados de metales. “Ahorita andamos con la gripa, yo digo que es por lo mismo. Ahorita ya vienen más abajo –se refiere a como la minera sigue royendo los cerros–, los explosivos truenan. Tienen que cavar”, dijo una habitante del pueblo.

DE CÓMO UNA MINA TRIUNFÓ SOBRE LOS POBLADORES

La actividad minera en Nuevo Balsas trajo a dos grupos del crimen organizado: La Familia Michoacana y Guerreros Unidos. La presencia y operación criminal la registraron en las oficinas de gobierno, sin que ejidatarios y pescadores se libraran de pagar cuotas para vivir y trabajar en su pueblo.

Pronto, cualquier salida de Nuevo Balsas comenzó a sentirse como la última. Cualquier comentario a convertirse en una sentencia de muerte. Cualquier conversación a traducirse en una traición.

El tercer miércoles de octubre de 2016 que conocemos Nuevo Balsas, la esposa del joven que maneja la camioneta en que viajamos, dijo asustada al escuchar un tronido similar al de un balazo: “¡A ver si no nos están esperando!” Estábamos cerca del pueblo, se podía ver la presa El Caracol.

Con quienes viajamos son nuestros contactos. Es un grupo de habitantes que se oponen a la minera, porque con su presencia evaluaron alzas en enfermedades y violencia, y disminución en la producción de la mojarra.

Los opositores a la minera solían reunirse cada noche, en casa de alguno de ellos, con mucha cautela para no levantar sospechas. Ese miércoles supimos que cada medio día la minera dinamita los cerros para sacar minerales. El tronido que escuchamos al llegar venía de la mina.

A esa reunión nocturna llegó Quintín Salgado Salgado, un hombre joven que asumió el liderazgo del movimiento, y que resume el hostigamiento en que vivían con la vez que le tocó ir a entregar la cuota de los subcontratistas a Guerreros Unidos.

Lo esperaron en el camino de Atzcala. A mitad de la entrega aparecieron patrullas de la Policía Federal. Todos corrieron al cerro. En la cumbre le dijeron que tenía que entrarle a la refriega. Le dieron su cuerno de chivo. La noche cayó sin que los federales actuaran. Se pasó la noche en vela, pegado al cuerno de chivo.

“No tenía alternativa, si hubiera ocurrido el enfrentamiento si no tiraba a los federales, me tiraban a mí, era yo o ellos”, dijo esa vez.


La mañana del 24 de enero de 2018, Quintín Salgado Salgado fue asesinado a balazos al salir de su casa, en Nuevo Balsas. Ocurrió en el contexto de un problema entre Torex Gold y sus sindicalizados, que protestaban otra vez por su libertad sindical, porque querían obligarlos a seguir en un gremio a favor de la Confederación de Trabajadores de México (CTM), grupo afín a la empresa.

Qunitín Salgado fue el tercer trabajador muerto durante el conflicto.


Con su muerte terminaron las reuniones nocturnas en las que se acordaría cómo sacar a la minera y parar el daño a su entorno ambiental. “Nos quedamos así nada más, por las cosas, como pasaron. Nada siguió”, dijo una de las mujeres del equipo. La minera ya no tiene oposición.

CARRIZALILLO, LA DESOLACIÓN

En este pueblo no hay niños jugando en la calle, mujeres platicando las novedades del día, ni señores yendo a su trabajo de campo. En estas calles angostas y polvosas se ve a jovencitos con armas largas colgadas al hombro.

Hay casas con puertas y ventanas blindadas. Muchas están abandonadas, algunas agujeradas.

Es un pueblo solitario con perros huesudos aullando de hambre. Los habitantes comenzaron a irse la mañana del 27 de marzo de 2015, luego del ingreso nocturno de hombres armados que atacaron mientras la gente dormía. Esa fecha, el pueblo quedó vació. La mitad de la población, unos 250 habitantes, regresaron cuando las cosas se habían calmado.

Para entrar a esta comunidad del municipio de Eduardo Neri se pide permiso. No se hace esta gestión a las puertas del pueblo, donde hay un retén de jovencitos con AK-47 a la vista.  Se pide con anticipación a través de la autoridad ejidal. Días después, llega el aviso, lacónico, sin detalles.

–Pueden subir.


Sólo así puede llegar gente que no es del pueblo: autoridades de gobierno, activistas de organizaciones sociales. Periodistas, ni soñarlo.

Este pueblo es Carrizalillo, una tierra ejidal de mil 500 hectáreas, con dos tajos abiertos en los que se saca oro y plata desde 2007. Se ubica en la región centro, a sólo 70 kilómetros de la capital.


Muchas cosas han pasado en Carrizalillo en estos últimos 11 años en los que se han extraído de sus entrañas de 3.4 a 3.7 millones de onzas de oro, de acuerdo a reportes financieros de Goldcorp Inc a la Bolsa de Valores de Toronto. El promedio de la onza de oro en este tiempo ha sido de mil 200 dólares. En algunos momentos llegó a cotizarse en mil 800.

El paisaje ha cambiado drásticamente. Los Filos y El Bermejal ya no son cerros. Eran unos gigantes de mil 200 metros de altura con árboles perennes en los que se alimentaba el ganado. Ahora son dos hoyos descomunales en la tierra, de los que se continúa sacando oro y plata.  Para 2024 que acaben las operaciones tendrá, cada uno, mil 300 metros de profundidad, reporta la REMA.

En estos que ya no son cerros se oye todo el tiempo un ruido infernal, explosiones para aflojar la tierra, palancas gigantes que arrancan de un solo movimiento 70 toneladas y bestias enormes que la transportan a otro lugar. Todo este movimiento y explosivos genera una nube de polvo que el aire lleva justo al pueblo. Ese polvo lleva partículas de metales liberados por las explosiones, como plomo, mercurio, cadmio y arsénico. Esos polvos fugitivos y el cianuro que se usa para separar el oro enfermaron de muerte a la población. Los pocos bebés que han nacido llegan al mundo con mutaciones que los dejan vivir solo unos cuantos días.

La REMA indicó que han hecho dos monitoreos a la salud de los habitantes, en 2012 y 2014.

“De acuerdo a nuestro último censo, y haciendo proyecciones al 2018, es posible que hayan fallecido más de 80 personas por daños a la salud”, expuso la REMA.


La violencia comenzó en 2011. Desde ese año, no han tenido paz. El dinero por la renta de sus tierras, aunque ha sido el convenio más ventajoso que una comunidad ha logrado, se les ha ido en el pago de extorsiones, de secuestros –aunque algunos ya no regresaron con vida sino hechos pedacitos– en pagos por “protección” al crimen organizado y para curar sus enfermedades.

La mañana del 20 de marzo de 2014, al presidente del comisariado ejidal, Onofre Peña Celso, conocido como El Pescado, abrió la puerta de su casa. Eran unos cincuenta hombres armados y encapuchados.

“Uno de ellos se identificó como Clave Nueve, dijo que eran de Los Rojos”, contaría Onofre años después.

Esos hombres se metieron a la casa del comisariado, a la que convirtieron en su centro de operaciones. El grupo comenzó a reclutar jóvenes. El rumor de que Carrizalillo era base de operaciones de ese grupo de la delincuencia se extendió rápido por los demás pueblos.

El 2 de junio de 2014, Los Rojos enfrentaron en el pueblo a un comando de los Guerreros Unidos, el otro cártel que desde Iguala quiere ejercer el dominio en la zona Centro. Cuatro muertos y tres heridos quedaron tirados en las calles, al parecer, del grupo agresor.

En estos 11 años de operación minera fueron asesinados 49 habitantes, muchos para una comunidad que rondaba los 500 habitantes.

Una sola familia, los Peña Celso tienen 11 integrantes asesinados. A Onofre Peña, el ex comisariado lo asesinaron en un enfrentamiento en Iguala, en donde se había refugiado, con otros tres habitantes de Carrizalillo.

Los jovencitos del retén a la entrada de Carrizalillo y los que andan en sus calles con las armas al hombro son de otros pueblos, pero han plantado aquí su semilla. Se hicieron novios de las hijas de los ejidatarios. Cuatro mujeres están por ser madres, una de ellas, forzada por uno de los jovencitos con AK-47.

El peldaño más alto de la violencia, en Carrizalillo, ya comenzó.

Mientras la comunidad se sume en lo más profundo de la espiral violenta, Goldcorp vendió su operación a la Leagold Mining, también canadiense, por su política de responsabilidad social llamada “oro libre de conflicto”.


Y, en Carrizalillo, ya había mucho.

VIDEO:



FUENTE: SIN EMBARGO.
AUTOR: MARGENA DE LA O, MARLÉN CASTRO.
LINK: http://www.sinembargo.mx/24-07-2018/3444446