domingo, 5 de noviembre de 2017

Qué hacer sin el TLCAN

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- La última ronda de negociaciones celebrada en Washington para la “modernización” del TLCAN dejó grandes inquietudes. La delegación estadounidense presentó propuestas abiertamente inaceptables, como la de abrir a discusión cada cinco años la continuación o no del acuerdo, disposición que va abiertamente contra el objetivo central de proporcionar a la inversión certeza a largo plazo. Tales propuestas, aunadas a las reiteradas declaraciones de Trump sobre la necesidad de revertir el déficit que se tiene con México, confirman la impresión de que el tratado tiene pocas posibilidades de sobrevivir.
Ello no significa que su desaparición ocurra de inmediato. De hecho se decidió prolongar las pláticas hasta bien entrado el año 2018, dejando más espacios entre ellas. Lo más probable es que sean negociaciones prolongadas en las que, de una parte, persistirá el peligro de una decisión presidencial que ponga fin al acuerdo bruscamente; de la otra, podría llegarse a la aprobación de secciones que regulan algunos aspectos del comercio trilateral, dejando fuera los aspectos más polémicos.
Lo que puede darse como un hecho es la muerte del ánimo favorable a un gran acuerdo sobre América del Norte. Muy lejos se ve el entusiasmo por un destino común que conduciría a la prosperidad de toda la región. Las líneas del desencuentro entre México y Estados Unidos son muy claras: allí está la hostilidad continua de las bases electorales de Trump hacia el TLCAN y la construcción del muro que avanza, a tropezones, pero sin perder su significado como mensaje permanente de hostilidad hacia México.
De los tres países involucrados, México es el más lastimado por la situación existente. En primer lugar, porque las consecuencias para su economía de un flujo menor de inversiones extranjeras y exportaciones a Estados Unidos será, en términos relativos, más doloroso que para los otros dos. En segundo lugar, porque representa un rompimiento con los supuestos que fijaron el rumbo a la economía del país desde hace más de 20 años. El fin del TLCAN acaba con la zona de confort que proporcionaba a las élites políticas y empresariales del país ser socios privilegiados de Estados Unidos.
El argumento principal utilizado por las voces oficiales mexicanas durante las negociaciones para defender el TLCAN ha girado en torno a los beneficios que éste ha aportado a los tres países y el costo que tendrá para productores y consumidores estadunidenses poner fin a una política que les ha propiciado enormes ganancias. Esto último es sin duda cierto. Por ello ha sido posible una alianza muy activa entre empresarios y negociadores mexicanos y organizaciones de empresarios estadunidenses que están presionando fuertemente sobre congresistas y círculos cercanos al presidente Trump para evitar el desmantelamiento del tratado. El éxito que obtengan es incierto.
Ahora bien, lo anterior no significa que los tres países se han beneficiado por igual. La asimetría tan grande existente entre México y los otros dos países no ha desaparecido; por lo contrario, se ha ensanchado. Es algo que se confirma fácilmente al ver la manera en que ha evolucionado el PIB de los tres países y aún más cuando se comparan los niveles salariales en la industria manufacturera de los tres. El salario promedio de trabajadores en la industria automotriz y de autopartes es de tres dólares por hora en México, y de entre 10 y 15 dólares en los otros dos países.
Así, la principal ventaja comparativa de México como miembro del TLCAN ha sido su mano de obra barata. Ésta ha sido uno de los imanes más fuertes para atraer inversiones. México ha desempeñado el papel de país maquilador, con escasas posibilidades de ascender hacia los segmentos más innovadores y rentables de las actividades productivas, que requieren de un dominio en materia de ciencia y tecnología del cual el país carece. Asimismo, la inexistencia de una política industrial que favoreciera a las pymes dio como resultado que los componentes nacionales en los bienes de exportación son muy bajos. Se trata de componentes que, a su vez, se importan de Asia. China, principalmente.
Algunos querrían ver estos momentos difíciles para el TLCAN como algo pasajero. Esperan que las aguas se calmen y regresen a los viejos cauces, los cuales fueron muy convenientes para un grupo privilegiado de empresarios mexicanos y para regiones del centro y norte del país que han experimentado, sin duda, importantes transformaciones. Se trata de cambios positivos que, sin embargo, no permiten eludir el hecho de que son parte de una industrialización subordinada, cuyos márgenes de vulnerabilidad son grandes.
La pregunta entonces, de especial relevancia para un México que se prepara para iniciar una campaña electoral que llevará a un cambio de gobierno, es: ¿qué hacer sin el TLCAN? No se trata de una pregunta que pueda responderse fácilmente; sin embargo, quiero referirme a dos elementos que, entre muchos otros, deben tomarse en cuenta.
El primero es reconstruir sobre nuevas bases la relación económica con Estados Unidos, evitando sentimientos antiestadounidenses que poco contribuyen a la convivencia de dos países vecinos. Los intercambios económicos continuarán, la cercanía geográfica y la infraestructura existente lo aseguran. Se trata ahora de mantener las actividades exportadoras pero dando atención a rubros que se quedaron rezagados, como la mayor participación de componentes nacionales y, estrechamente ligado con ello, la formación de grupos de alto nivel capaces de captar e innovar en materia de ciencia y tecnología. Atención especial requiere la promoción de actividades exportadoras en las regiones del sur-sureste del país para ir remediando la enorme desigualdad regional que hoy existe en México.
El segundo elemento es, evidentemente, modificar la política económica. Se trata de dejar en el pasado la confianza en que un tratado de libre comercio per se podría resolver los problemas de desarrollo en un país tan complejo y multifacético como México. Ahora resulta claro que no es así. Paralelamente al crecimiento de las actividades exportadoras se requiere de políticas que amplíen los beneficios del comercio exterior para disminuir carencias y desigualdades que hoy afectan a la mayoría de la población del país. Definir esas políticas, posteriores a la era del TLCAN, será tarea central de los contendientes en las elecciones del próximo año.
FUENTE: PROCESO
AUTOR:OLGA PELLICER