lunes, 11 de enero de 2016

Esperanza donde no la hay

MÉXICO, DF: Se ha dicho que sólo el que se ilusiona se desilusiona. El gatopardismo de Lampedusa (cambiar todo para que todo siga igual) es hoy un rasgo distintivo del sistema partidista de diseños institucionales, de repartos al margen de méritos y del descrédito de la política y los políticos. No hay signos de que las cosas vayan a cambiar en el último tramo del gobierno de Enrique Peña Nieto. Pero en una oda imaginaria a la alegría siempre hay una salida, que bien podría ser la que expongo en las líneas siguientes.

Primero. México es un país de máscaras (Octavio Paz), de esperanzas incesantes de que alguien vendrá a arreglar lo que como sociedad no ha hecho, pues la sociedad organizada es una metáfora que vive, en casi todos los casos, de las notas que puede vender a los medios para existir; mientras las universidades, el “último reducto de la conciencia”, son, en la inmensa mayoría de los casos, zonas de confort donde se paga por ver, como si de un partido de futbol se tratara, y los partidos negocian todo lo que se puede negociar, sea o no de interés público. En suma, cada quien ve para su santo porque sabe, intuye, que no hay nada que hacer, que no hay futuro y sólo queda obtener un beneficio ahora en espera de mejores épocas, de oportunidades que, como actos divinos, pueden llegar.

La mayor parte de los medios no ofrecen garantías al derecho a saber de la sociedad, porque el mismo está atrapado entre la conciencia a la venta y el erario usado para desinformar, para generar ilusiones de que las cosas no están bien pero lo estarán en un futuro cercano, aunque incierto. Mientras tanto, apartarse del camino de la ilusión para traducirlo por la acción no es algo bienvenido en muchos círculos: “conflictivo” se llama a quien exige que el derecho se cumpla y no sea sólo un fetiche; “resentido” se califica al que ve contradicciones esenciales entre la equidad y la justicia y el derecho.

Segundo. La distancia entre lo que existe y lo que debiera existir es cada vez más grande. La resignación también, porque es un destino ineluctable de los “buenos”, de los que no son “conflictivos” ni “resentidos”, de los que esperan –sin desesperar– una felicidad que está más allá de esta vida. Hasta ahora, razonan, nadie ha vuelto para quejarse de que las santas enseñanzas no están llenas de verdad. Lo que ocurre son “pruebas” de que algo bueno va a pasar en algún momento. Son “bendiciones” que templan el espíritu y deben ser aceptadas con júbilo, con gozo, porque en ello reside la verdadera “salvación”, la que hará de la felicidad un camino infinito y duradero.

¿Cómo explicar que los políticos, los gobernantes, tengan grandes sueldos y no resuelvan casi nada? ¿Qué decir de quienes dirigen universidades y han recibido observaciones y sanciones por el uso indebido de recursos públicos de manera burda y abierta? ¿Qué pensar de los integrantes de los organismos autónomos constitucionales que tienen sueldos que superan varias centenas el valor de los salarios mínimos? ¿Qué opinar de los elevados ingresos de los legisladores que no legislan y se dedican a la venta de su conciencia al mejor postor? ¿Qué decir de la línea 12 del Metro de la Ciudad de México, que tuvo un costo fuera de toda lógica y todavía no funciona? Todas son cosas materiales que van y vienen, las “pruebas” que hay que pasar. No se necesita comprender, sino creer.

Tercero. La crítica, luchar en esta vida por un mundo de equidad y justicia y buscar que las malas personas se vuelvan buenas o sean castigadas con las leyes humanas, es como predicar en el desierto. No se debe ver lo que pasa en los demás, si no es para ayudarlos. Lo importante es ver hacia el interior cómo se puede ser mejor cada día. La humanidad es imperfección, y querer descifrar los designios del Señor causa dolor y desesperanza por la imposibilidad de comprender lo incomprensible. El camino de la dicha es dual: por un lado, las pruebas de esta vida material e injusta y, por otro, la expectativa de otra donde la bondad, el gozo del otro como si fuera de uno, va a generar un círculo virtuoso.


Este 2016 que inicia puede ser el principio de una vida de esperanza, felicidad en la fe y en la convicción de que lo que pasa fuera de nuestro espíritu es sólo temporal y pone a prueba la fortaleza interna para recibir un mundo mejor. A mayores evidencias en este mundo material de injusticias, de afrentas y falta de oportunidades, mayores serán las gracias en esa otra vida que abnegada y ordenadamente hay que esperar con el corazón abierto y henchido de convicción de que la felicidad está ya a la vuelta de la esquina.

FUENTE: PROCESO.
AUTOR: ERNESTO VILLANUEVA.
LINK: http://www.proceso.com.mx/?p=425401

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