miércoles, 21 de octubre de 2015

La Sinaloa de “El Chapo”

MÉXICO, D.F: Dice un estudioso del fugitivo más famoso del mundo, Joaquín “El Chapo” Guzmán, que a él le gusta tener una Sinaloa “calmada” y “controlada”. Es un deseo lógico porque los empresarios y “El Chapo”, que es muy exitoso, necesitan de estabilidad y certidumbre. ¿Qué piensan y sienten los sinaloenses de ser la sede de un imperio trasnacional que se extiende por el mundo?

Explorar la mente y los corazones de una sociedad es complicado y riesgoso. Las ideas y los sentimientos son fluidos y se van modificando a golpes de realidad, a la cual también transforman en una interacción que va tejiendo intrincados arabescos. Sin embargo, es indispensable hacer un esfuerzo interpretativo porque sí importa lo que piensan las sociedades. Un ingrediente esencial son las áridas encuestas.

El sábado 11 de julio “El Chapo” decidió cambiar de residencia, y el lunes 13 el Gabinete de Comunicación Estratégica estaba levantando una encuesta telefónica representativa de lo que se pensaba ese día en Sinaloa y el país sobre el personaje del momento. En ambos universos más de 85% de los entrevistados lo calificaban de inteligente y astuto. Las diferencias aparecían a la hora de juzgarlo. La encuestadora pidió a los entrevistados que asociaran al Chapo con uno de lo siguientes personajes de la vida nacional: un delincuente (El Mochaorejas) y dos paladines populares: Pancho Villa y Chucho el Roto. La muestra que representaba al país calificó al Chapo de criminal, mientras que el porcentaje más alto de sinaloenses lo equiparó a Villa, el guerrillero con fama de utilizar la fuerza a favor de los débiles.

El Colectivo de Análisis de la Seguridad con Democracia (Casede) y el Sistema de Inteligencia en Mercados y Opinión (SIMO) levantaron en 2014 una encuesta sobre capital social positivo y negativo en 11 municipios y una delegación capitalina. Uno de los hallazgos más notables fue que los habitantes de Culiacán y Ahome eran los que se sentían más seguros en su casa o recorriendo calles y plazas públicas; incluso, los que menos temían ser asesinados durante el siguiente año (los más asustados vivían en Torreón y Ciudad del Carmen).

Lo notable de la percepción es que, entre 1997 y 2014, Sinaloa tuvo la tasa de homicidios anual promedio más alta de todo el país (según datos del Sistema Nacional de Seguridad Pública). En algunos años la rebasó Chihuahua o Tamaulipas; en otros, Michoacán o Guerrero; pero es la entidad consistentemente más letal durante los 17 años medidos. Es inevitable preguntarse sobre las propiedades del aire que respiran o del licor que beben los sinaloenses, porque suena ilógico que se sientan tan seguros quienes viven en la entidad donde se asesina a más personas.

El misterio tiene explicación. En la percepción de inseguridad son determinantes otros delitos de alto impacto: secuestros, robos, violaciones, etcétera. Este tipo de crímenes están controlados en Sinaloa por una estrategia deliberada de las empresas del Chapo. La Federación de Sinaloa se concentra en la producción, trasiego y comercialización de cuatro productos: cocaína, heroína, mariguana y metanfetaminas. Su negocio gira en torno a la droga. En el otro extremo estarían Los Zetas que aterrorizan a la población y la someten a todo tipo de vejaciones para exprimirle recursos por todos los medios posibles. La violencia en Sinaloa es pragmática y selectiva, y entre las consecuencias que tiene se halla la existencia de más espacios para la libertad de expresión. Basta con comparar a El Noroeste con El Mañana de Nuevo Laredo para contrastar el espacio en que operan el periodismo de Sinaloa y el de Tamaulipas.

La calma y el control tienen fisuras importantes. Otra encuesta (ENVUD, Banamex/Este País, México, 2010) midió el grado de felicidad por entidad. Cuando levantaron ese sondeo de opinión los más felices eran los quintanarroenses, y en el rincón de los desdichados estaban en penúltimo lugar los sinaloenses, seguidos de los guerrerenses. Es siempre complicado calcular los ingredientes de la dicha, pero de la encuesta de Casede-Simo se desprende que influye la sensación de dominar el destino. En Sinaloa se sienten seguros, pero también controlados y creen que su futuro está en manos de otros. En ello también influye el hecho de que Sinaloa tiene una sociedad poco organizada y que participa escasamente en los asuntos públicos.

También hay rastros de miedo en la Sinaloa del Chapo. En la encuesta citada inicialmente (Gabinete…) preguntaron si habían oído hablar del fugitivo. Resulta poco creíble que 49% de los sinaloenses declarara no conocerlo, y es bastante revelador que, de quienes dijeron saber de él, 50% lo consideraban violento; 45%, malo, y 40% sanguinario.

En el trasfondo de estos brochazos acerca de las mentes y los sentimientos sinaloenses se encuentra un hecho que me señaló Froylán Enciso, un estudioso de Sinaloa: La organización delictiva más poderosa del mundo podrá resolver los problemas individuales de quienes se unen a ella –y muy relativamente porque hasta donde se sabe los sicarios carecen de pensiones–, pero desatiende los problemas estructurales. En otras palabras, la empresa mexicana más extendida por el planeta (hay quien asegura que tiene presencia en más de 50 países) ha fallado al igual que el gobierno y el sector privado en ofrecer oportunidades para la sociedad; el municipio donde nació “El Chapo”, Badiraguato, sigue siendo el más pobre de Sinaloa.


La federación de Sinaloa transmite una imagen de solidez que contrasta con las dificultades de otros estados. Es una fortaleza asentada en una sociedad ambivalente sobre el papel que le fue asignado. En suma, un equilibrio inestable.

FUENTE: PROCESO.
AUTOR: SERGIO AGUAYO (ANÁLISIS)

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