miércoles, 30 de septiembre de 2015

Peña Nieto, cada vez más solo

El pasado 3 de junio, en esta columna, escribimos un perfil sobre el estado del régimen peñista. Señalamos:
 “El gobierno de Enrique Peña Nieto no duró un sexenio. Fue una administración de medio tiempo. La cuerda le duró 30 meses. Y hasta ahí. No dio para más. Si mañana el presidente priista tomara la determinación de abandonar Los Pinos, nada pasaría. Absolutamente nada. Millones, y gran parte del país, inclusive, se lo agradecerían”.
El 23 de septiembre, en su columna en el diario El País, titulada “Lo que Ayotzinapa cambió”, Jorge Zepeda Patterson definió:
“Fue en esa coyuntura cuando nos dimos cuenta de que el sexenio había poco menos que terminado. Que el gobierno carecía de respuestas frente a la metástasis que invade el cuerpo social; que lo del Estado fallido puede ser una exageración, pero no en materia de inseguridad y justicia. Y no sólo por la noticia, brutal como era, sino por la torpeza e ineptitud del gobierno federal al intentar hacer un absurdo control de daños”. Hasta aquí lo escrito por Zepeda.
 En ambos textos hay un punto de coincidencia innegable y evidente, retrato de la realidad nacional, pero también de alto riesgo para México: la fecha de caducidad del gobierno de Peña Nieto se adelantó. No será el 30 de noviembre de 2018. Se le agotó el margen de maniobra. Llegó a su tope. Está arrinconado y derrotado. Se acabó, pues.

Ayotzinapa, la casa blanca, la farsa con Virgilio Andrade, la casota de Videgaray en Malinalco, la corrupción del grupo gobernante, el escándalo OHL, el enriquecimiento de “La Gaviota”, las nueve propiedades del propio Peña Nieto, la simulación, el encubrimiento, y el propio estilo de gobernar – de alguna manera hay que llamarlo-, de Peña Nieto, han llevado a anticipar, prácticamente tres años, el final del penoso gobierno del golden boy mexiquense. Un fiasco.

            ¿O creían que nada iba a pasar ante tanto escándalo?

            Y ahora, ¿qué sigue?

            Más que gobierno, una administración que –no es por asustar-, pero que podría llevar a un escenario aún más negro: una crisis económica similar a la de 1994-95 (detonada por la irresponsabilidad financiera de Carlos Salinas), ante los magros resultados de la política económica operada por el brazo derecho de Peña: Luis Vice-garay.

            Así que a toda la cascada de calamidades que le han caído al país en el actual gobierno, habrá que agregar las luces rojas encendidas ante la cada vez más pobre economía mexicana, con crecimiento raquítico, desempleo, devaluación y mejor le paramos de contar.


            Se acabó, prácticamente, el sexenio.

Justo el tercer año de gobierno era el pico más alto del poder presidencial, ejercido desde el cénit del presidencialismo. Lejana aun la sucesión interna del PRI, el Presidente ordenaba, disponía y brillaba. Nadie le hacía sombra.

            Hoy, la situación ha cambiado radicalmente.

            Peña Nieto es el presidente con menor respaldo ciudadano en la historia: sólo 3 de cada 10 mexicanos lo respaldan, de acuerdo a la última encuesta del diario Reforma divulgada a principios de agosto. Un nivel de caída alarmante, sí, aunque entendible. Y por ello, a la espalda del Presidente, y no operada por el Presidente, los grupos priistas comienzan a irse por la libre rumbo al 2018.

             Luis Videgaray, el favorito de Peña, tiene a su grupo apuntalado por los recientes cambios en el gabinete: Meade en Sedesol y Nuño en la SEP.

            Manlio Fabio Beltrones operando, desde ahora, con el control y las riendas de la nomenclatura priista.

            Osorio Chong aliándose con gobernadores para ver si le alcanza el gas para tres años.

            Todos, sin consultarle a Peña Nieto sobre sus movimientos sucesorios aunque, como buenos priistas, guardando las formas y reglas no escritas del priato: la disciplina partidista. En eso no cambian.

            Sin embargo, ante la innegable debilidad del Presidente de la República, los alfiles priistas se han comenzado a acomodar bajo los aires de la sucesión presidencial del 2018, tomando su propio camino, enfilándose con su propia fuerza política.

            Llegará así un momento en que más les afectará que ayudará el tan cacareado “efecto Peña Nieto”. Tendrán que sacudirse el lastre del peñismo. Matar al jefe.


            Ya lo veremos.

FUENTE: SIN EMBARGO.
AUTOR: MARTÍN MORENO.
LINK: http://www.sinembargo.mx/opinion/30-09-2015/39810.

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