martes, 7 de abril de 2015

Las viudas del narco

La guerra en Michoacán ha dejado cientos mujeres -esposas de miembros de Autodefensas y de integrantes del crimen organizado asesinados- que hoy viven entre el dolor y la incertidumbre. Para las autoridades son víctimas invisibles de la violencia que se vive en esta entidad.

Jovita Martínez enviudó el 18 de mayo del 2011 y desde entonces perdió todo.

Un grupo de autodefensas chocó con una célula del cártel de Los Caballeros Templarios en las inmediaciones de Arteaga y allí pereció el padre de los 2 hijos de Jovita.

Ella fue señalada por las autoridades locales como Templaria y tuvo que salir –perseguida- con sus hijos de Tierra Caliente. Desde junio del 2011, Jovita vive en las calles de Morelia, se gana la vida limpiando parabrisas en un crucero de la calle Madero. A veces –reconoce- se ha vendido sexualmente para poder darles de comer a sus hijos.

La viuda, de apenas 29 años de edad, se ha cansado de hacer fila en las oficinas del DIF estatal para pedir una despensa, a veces servicios básicos de salud o apoyo para que sus hijos puedan ir a la escuela. No ha recibido nunca nada del gobierno. El menor de sus hijos, Roberto, ya tiene 7 años, y el mayor, Raúl, ya llegó a los 11.

Los dos ayudan a los ingresos de la familia vendiendo dulces en el mismo crucero vial, mientras “alguien” les ayuda a entrar a la escuela.

El drama de Jovita es muy parecido al que viven miles de viudas que la guerra del narcotráfico ha dejado en México y, particularmente, en Michoacán.

De acuerdo a las cifras del obispado de Apatzingán, en la zona de Tierra Caliente más de 5 mil familias han quedado sin cabeza, luego de que el padre perdió la vida en algún conflicto armado, algunas veces del lado de los grupos de autodefensa, pero en la mayoría de los casos, del lado del crimen organizado.

En los gobiernos estatal y federal no hay cifras que cuantifiquen a las mujeres que han quedado solas. Las viudas del narcotráfico ni siquiera se ven desde las oficinas de gobierno. La estigmatización social puede más que cualquier intento por zanjar el abandono en el que se han sumido.

Como en todo conflicto, los bandos en guerra en Michoacán tienen filiación. Mientras las viudas de los autodefensas son vistas como principales víctimas de la violencia y son socorridas por los gobiernos locales, las viudas de los sicarios son expulsadas de sus pueblos, a punto del linchamiento.

A los hijos se les persigue.

“Son perros del mal”, refiere un miembro de la autodefensa de La Mira, en Lázaro Cárdenas, el que se dedica a expulsar a los hijos de Templarios abatidos en combate.

Ninguna organización no gubernamental quiere otorgar ayuda a las viudas de Los Templarios abatidos. Son el gueto michoacano que las instancias oficiales no quieren voltear a ver y ellas mismas lo saben.

Algunas viudas han intentado hacer una agrupación, pero ni los notarios de la región les quieren brindar ayuda para evitar problemas con el Gobierno Federal y con los grupos de autodefensa.

Las cifras extraoficiales del conflicto armado en Michoacán apunta a la posibilidad de que de las más de 5 mil viudas que se calculan en las zonas de la Costa, Sierra Nahua y Tierra Caliente, por lo menos unas 3 mil eran esposas de miembros del cártel de Los Caballeros Templarios; poco menos de 2 mil mujeres fueron esposas de hombres que se incorporaron a las filas de las autodefensas.

La cifra más aproximada que se conoce en Michoacán sobre el número de niños que han perdido a sus padres en los enfrentamientos violentos en el estado se ubica en 7 mil 262 huérfanos, la mayoría de ellos, hijos de presuntos integrantes del crimen organizado.

Esto los ha obligado a salir de sus localidades para buscar rehacer su vida en otra parte, a veces en ciudades de los estados del centro del país, pero principalmente buscando su destino en Estados Unidos.

Hacer el bien sin mirar a quién

Las parroquias de los obispados de Apatzingán y Lázaro Cárdenas, a cargo de los sacerdotes Cristóbal Asencio García y Armando Antonio Ortiz Aguirre, se han dedicado a brindar ayuda a las mujeres que han perdido a sus esposos en el conflicto armado que se vive en Michoacán.

Las viudas del crimen organizado optan por acudir a los dispensarios caritativos de la Iglesia Católica, porque en esa instancia los sacerdotes no preguntan antecedentes.

En las oficinas de gobierno –se lamenta Ofelia, viuda desde hace un año- siempre están pidiendo datos del marido. Preguntan toda la historia del hombre asesinado.

“Cuando finalmente sale que mi esposo fue muerto por los autodefensas, porque era Caballero Templario, es cuando me dicen que regrese luego. Es cuando sé que ya no me darán nada”.

Por las oficinas del DIF de Aquila, Tumbiscatío y Aguililla ha desfilado desde hace 6 meses Matilde, una viuda y madre de 4 niñas, quien perdió a su esposo hace menos de un año. 

No le han negado la ayuda en forma oficial, pero no ha pasado de ser solo candidata a una despensa alimenticia y a una beca económica del Gobierno Federal. La ayuda se la detuvieron desde el primer día en que las trabajadoras sociales supieron que su marido murió en combate, del lado de Los Caballeros Templarios.

Matilde es originaria de Arteaga, pero tras la muerte de su esposo ha estado cambiando de domicilio, pasando de municipio en municipio por todo el sur de Michoacán, hasta que los grupos de autodefensas descubren que es viuda de un Templario y entonces le ordenan que salga del lugar.

“Ni en la oficina de Derechos Humanos de Morelia quisieron recibir mi queja. Fui a la Procuraduría para avisar de la persecución de los autodefensas y me dijeron que agradeciera que no me han matado”, dice entre risas que ni ella misma sabe sinceras.


El único lugar en donde Matilde, con sus 37 años de edad, ha encontrado refugio es el dispensario de Apatzingán, en donde el Padre Goyo “que es inmensamente bueno, me perdonó y hizo (sic) que me comenzaran a dar una despensa. Dijo que me iba ayudar para que mis niñas entren otra vez a la escuela, porque dijo que nosotras no teníamos la culpa de los pecados que haya cometido mi esposo”.

Víctimas dobles del conflicto

La mayoría de las viudas de Michoacán son doblemente victimizadas  -reconoce uno de los visitadores de la propia Comisión Estatal de Derechos Humanos en Michoacán (CEDH)- al no poder acceder a programas de asistencia social del Gobierno Federal, debido a criterios personales de los funcionarios encargados de esos programas.

La mayoría de los funcionarios federales que se desempeñan en la zona de Tierra Caliente son escrupulosos al momento de revisar las listas de beneficiarios de los programas de asistencia social, a fin de evitar cuestionamientos sobre la entrega de recursos federales a familias de personas relacionadas con el crimen organizado.

En la mayoría de las dependencias que distribuyen recursos dentro del programa especial de apoyo a Michoacán se hacen juicios a priori, en donde se dictaminan responsabilidades directas a mujeres e hijos de miembros abatidos del cártel de Los Templarios, a quienes se les excluye de la asistencia Federal sin mayor explicación.

Las normas de exclusión a las viudas y huérfanos de excaballeros Templarios son avaladas desde la cúpula de la Secretaria de Desarrollo Social. A veces, la instrucción de no dar apoyo a determinadas personas llega desde la PGR o de autoridades de la procuraduría local, informan algunos de los funcionarios municipales en la zona de Tierra Caliente, quienes se dicen imposibilitados para apoyar a las mujeres que han quedado sin un sustento económico.

“Es muy distinto con las viudas de los autodefensas”,  explica un funcionario de Apatzingán que pide el anonimato. “A ellas, como sus maridos cayeron del lado de los buenos, se les brindan todo tipo de atenciones y facilidades para acceder a programas de ayuda oficial. En muchos casos se otorgan becas hasta que el más pequeño de sus hijos concluya una carrera universitaria. A las mujeres se les procura dar empleo en sus propias localidades”.

Las viudas del crimen organizado invariablemente son empujadas a salir de los municipios en donde habían estado viviendo. El perfil socio económico de estas mujeres está marcado por una constante: la mayoría son jóvenes, apenas con educación primaria, esposas en segundas nupcias del abatido, tienen de uno a tres hijos menores de 12 años y vivieron en una holgada economía familiar.

El Infierno en vida

Estrella no tuvo más opción que dedicarse a la prostitución para poder sacar adelante a su hijo. Cuando le avisaron que un grupo de autodefensas había “levantado” a su esposo, ella no quiso quedarse a averiguar cuál sería su destino.

Con lo que tuvo a la mano y su hijo en brazos emprendió la huída. Tomó un taxi que la llevó desde Apatzingán a la ciudad de Morelia y se ocultó en la casa de un amigo de su marido. A los cinco días le dijeron que el cuerpo del padre de su hijo había aparecido desmembrado. Estalló en llanto, y con ello llegó la certeza de no regresar a Tierra Caliente.

Ella dice que inicialmente no supo de las actividades de su marido. Se unió libremente a él cuando apenas tenía 15 años. Asegura que la enamoró con detalles y mucho dinero. Él tenía 28. De Apatzingán se la llevó a vivir a Lázaro Cárdenas y luego a Uruapan.

A la vuelta de 2 años regresaron a Apatzingán, en donde apenas tenían un mes cuando un grupo de autodefensas se llevó a Martín. Por versiones de otras personas supo que su esposo era Caballero Templario.

Aun sin cumplir los 19 años de edad y un hijo en brazos de casi 2 años, a ella no le quedó otra opción que aceptar la oferta del amigo que le dio asilo. Le propuso ganarse la vida en un centro nocturno de Morelia.

“Sí alguien me garantiza que a mi hijo no le faltará leche y pañales, yo dejo esto ahora mismo”, asegura, convencida de no querer llevar una vida nocturna para siempre.

Ella se sabe sin culpa. El narcotráfico es la zona de Tierra Caliente es una actividad “normal”. Casi todos en la familia de Estrella se han dedicado al trasiego de drogas.

No entiende las razones por las que ahora el Gobierno Federal se ha puesto tan estricto para perseguir a los narcos. A ella le duele la ausencia de su marido. Dice que lo recuerda risueño y no le cabe en la cabeza cómo pudo terminar sin manos y sin pies, comido por los animales del monte.


Más aun, no le cabe la idea –dice mientras mueve  la cabeza de un lado a otro con la mirada perdida- de tener que pagar con el destierro las culpas de su esposo. Llora. Se lo rozan los ojos. Aprieta los labios. Se duele de tanto amor y de tanto odio contra el mismo hombre. Después de todo lo odia. Culpa a Martin de haberla confinado a ese centro nocturno que no por nada le dicen el Infierno.

FUENTE: REPORTE INDIGO.
AUTOR: J. JESÚS LEMUS.

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