lunes, 20 de abril de 2015

Funcionarios ladrones… El juego que todos jugamos

MÉXICO, D.F: El juego que todos jugamos hoy en México se llama Funcionarios Ladrones contra Ciudadanos Ingenuos. Para jugarlo, ambos bandos deben empezar por olvidar un par de cosas. Deben fingir que no saben que los funcionarios no están vigilados sistemáticamente por alguna institución, digamos la policía, y fingir que el país alguna vez fue distinto y en ese país fantástico del pasado los funcionarios no robaban. Aceptada esta ceguera voluntaria por ambas partes, los jugadores podemos pasar al juego propiamente dicho y gozar de sus enormes emociones.

El funcionario empieza el juego robando.

Roba 300 millones de dólares del erario como Arturo Montiel o finge una compra-venta cuando está tomando una gratificación por un acto ilícito, como el presidente Peña Nieto o el secretario Videgaray, o usa helicópteros del Estado para citas familiares, como el entonces director de Conagua, David Korenfeld, o en lugar de levantar una multa a alguien que se pasó una luz roja le cobra un soborno, como mi amigo Rodrigo El Policía de la Condesa, o como una examiga funcionaria grava los recursos estatales que gasta con 14% para ella, o etcétera y etcétera.

La emoción ha iniciado. El ladrón se siente feliz con su ganancia y con su privilegio, que lo levanta sobre cualquier otro ciudadano cinco centímetros, o 5 mil millones de pesos, según sea su hurto. En cada intercambio con un congénere, disfruta su superioridad secreta. Piensa: Soy el gran Pillo, soy Steve Jobs del Hurto (aunque por desgracia sin inventos).

Acá puede acabarse el juego, y de hecho en general acá termina. El funcionario se va a gastar su robo y en la vejez les explica a sus nietos que ha sido un genio de la función pública.

Pero hete acá que a veces alguien descubre al ladrón.

Un vecino lo fotografía abordando el helicóptero estatal con toda su familia, una periodista y su equipo videan las casas mal habidas, el Policía Ladrón de La Condesa recibe en lugar de un billete el flashazo de un ciudadano que publica en Twitter el robo.

Ahora sí empiezan las emociones enormes, dignas de un partido de futbol México contra Estados Unidos.

Los jugadores se multiplican por millones: ha entrado al juego el pueblo mexicano, más otros porristas menores. El pueblo se acuerda de golpe de que las cosas idealmente debieran ser distintas. Usa palabras altisonantes y nobles. El Bien Común. La Patria. El Porvenir. La Justicia. Ya me cansé. Todos somos Buenos. Indignado, el pueblo grita a coro. Tuitea. Vilipendia. Saca banderolas. Su ganancia es la rabia compartida, la sensación de pertenencia: soy parte del pueblo herido y robado, soy muchos más aparte de mí mismo.

Y lo dicho, entran al juego otros personajes menores. Por ejemplo, los esquiroles. Tienen un nombre peor, pero me da pena escribirlo.

Son los que toman la defensa de lo indefendible. Publican artículos que empiezan así: “Pregunté quién era el Funcionario Ladrón y todos me informaron que era un señor muy simpático, que usa shorts lindísimos, y quiere a sus hijos”. O escribe confesiones de cercanía al Funcionario Delincuente: “Ayer en la cena le pregunté cómo se sentía de ser multimillonariamente odiado y me dijo que era él quien odiaba al puto pueblo mexicano y que su familia ya vivía en California, como castigo al pueblo mexicano”. Es decir, el esquirol saca su manita de limosnero para que el Funcionario en su Desgracia lo reconozca con alguna dádiva. Esa es su ganancia, amén del odio del pueblo. (Vaya, si uno no puede ser universalmente amado, puede intentar ser universalmente odiado.)

Y entonces salen en la cancha del bando del pueblo los apocalípticos. Exigen la renuncia del presidente. Exigen una nueva Constitución. Exigen un nuevo código genético nacional. Exigen que la Virgen baje y nos bendiga. Su ganancia es saber que saben cuál es la Solución de Todo, aunque sea eternamente inaccesible.

Lo que sigue es el clímax oscuro del juego: una muerte social. Alguien es tumbado del tablero de juego. Alguien ve su nombre hundido en el fango. Alguien camina en un sambenito mientras le tiran piedras. Alguien pierde miserablemente.

A veces se tumba al periodista o al ciudadano que reveló el crimen del Funcionario Ladrón. A este resultado se llama Matar al Mensajero. A veces, sobre todo si es un alfil menor, se asesina socialmente al Funcionario Ladrón. A este resultado se llama Uno Menos entre Cien Mil Que Ahí Siguen.

El pueblo es infeliz en el primer caso y muy feliz en el segundo caso. Los esquiroles van a cobrar su limosna en las dependencias pertinentes y tuercen cínicos la boca cuando en la calle los plebeyos los insultan. Los apocalípticos guardan sus ambiciones de bondad absoluta en un cajón y vacacionan una semana. No más que una semana, porque a la semana se reinicia el juego con un recambio del personaje principal. ¡Otro Funcionario Ladrón descubierto!

Como en todo juego, hay una sola forma de suspender nuevos partidos: negarse a jugar otra vez. En el caso de Funcionarios Ladrones contra Ciudadanos Ingenuos, la suspensión ocurriría si los ciudadanos se niegan a la afasia inicial que les pide el juego y recordaran que el juego sólo es posible porque el país no tiene un sistema de justicia.

Por un momento imaginémoslo. Los ciudadanos se reúnen ya no para la indignación solamente, sino para exigir un Sistema de Justicia. Interrumpen a los funcionarios cuando hablan de otras cosas. Piden un juicio para cada funcionario suspendido en que se publiquen los pormenores del robo y el ladrón resarza al país, o se le exonere, si eso es lo justo. Por ejemplo, se pone al señor Korenfeld a juicio no sólo por el uso indebido de un helicóptero, sino por la sospecha bien fundada de truquear medidores de agua, preparar licitaciones de valores inflados y tratar de hacer pasar por el congreso una Ley de Agua que lo hubiese vuelto a él multimillonario mientras hubiera llevado a la desesperación a millones de mexicanos.

En tanto no nos atrevamos a pedir un Sistema de Justicia, gritemos en la plaza:


¡Tumben a Korenfeld! ¡Libertad al helicóptero mal usado!

FUENTE: PROCESO.
AUTOR: SABINA BERMAN (ANÁLISIS).

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