lunes, 13 de abril de 2015

Catalina y sus viveros milagrosos

En la sierra de Oaxaca, una de las comunidades con más carencias del país, un grupo de mujeres vencen a diario la realidad de pobreza y olvido. Una de ellas nos cuenta su emprendedora historia.

Catalina ya consolidó su vivero y ya es una empresaria del campo.

Catalina Santos es una mujer que ha conseguido hacer un milagro en la sierra de Oaxaca: ser una emprendedora para sostener a su familia.

“Las mujeres que no tienen trabajo que no estén atenidas a un hombre”, dice Catalina con voz tímida. “Que hagan su proyecto”.

Catalina es de piel oscura y estatura baja. Tiene 35 años, tres hijos y un esposo que tuvo que emigrar a los Estados Unidos empujado por la pobreza.

La adversidad no ha vencido a esta mujer que es dueña de dos viveros en Santa Catarina de Minas, una de las comunidades más pobres de este estado del sur de México. 

Es un pueblo donde las casas son construidas de adobe y materiales obtenidos de la misma tierra. No existen servicios. Hay letrinas, la comida se cocina en leña y los caminos son de tierra.

En este sitio olvidado vive un grupo de mujeres que han logrado emprender un proyecto de cultivos gracias al apoyo de las autoridades.

Son 15 mujeres, todas ellas madres de familia, que trabajaron en la construcción de viveros de los cuales ya son dueñas.  

Catalina es una de esas mujeres emprendedoras.

Ella cuenta que presentaron el proyecto al gobierno federal en el 2008 y que tardó aproximadamente año y medio en arrancar. 

Se trata de la construcción de viveros donde se cultiva y cosecha tomate rojo. 

Catalina cuenta que cada una de las socias que participaron en el programa invirtieron la mitad por cada vivero y el resto lo pagó el gobierno. 

Fue una tarea difícil reunir el dinero para financiar este proyecto. 

Su esposo no vive con ella sino en los Estados Unidos, como muchos padres de familia que van en busca del “american dream”. 

El dinero que le enviaba sólo le alcanzaba para cubrir los gastos básicos de ella y sus tres hijos.

Por lo tanto, de lo que ella trabajaba juntó una parte de la inversión y la otra la terminó de pagar ya instalado y funcionando el vivero.

Tan bien manejó la administración del mismo que ahorró para invertir en otro, de menor superficie, que construyó cerca de donde estaba el primero.

No fue trabajo fácil

Hoy, ocho años después de haber emprendido este negocio, Catalina ya consolidó su vivero y ya es una empresaria del campo. 

De su tierra cosecha aproximadamente 100 cajas –o taras como las llama ella-  a la semana. El costo lo decide el comprador, según la demanda del tomate.

Su tiempo se lo divide entre sus hijos y su negocio. Incluso cuando se le junta el trabajo contrata a un trabajador para que “le eche la mano”. 

“Mi hija es la que me ayuda ahorita, saliendo de la telesecundaria se va a la casa y me ayuda con la comida, lavar la ropa o quehaceres diarios”, cuenta.

Catalina Santos está muy orgullosa de lo que ha logrado. Dice que su esposo, que sigue trabajando en los Estados Unidos, no se mete para nada con la gestión del vivero.

 “Si mi planta se me enferma ni modo, fue mi culpa y de nadie más. Si siempre está sana, siembro y cosecho sin problema, será también mi responsabilidad”.

Desde su casa en Santa Catarina Las Minas, Catalina tiene un mensaje para las mujeres mexicanas: “A las mujeres que no tienen trabajo pues que hagan proyectos para que salgan adelante…”. 


Catalina ha asumido con una dignidad admirable la dura realidad: la de hacerse cargo del sustento del hogar –por la ausencia del hombre- y del cuidado de los hijos.

FUENTE: REPORTE INDIGO.
AUTOR: MÓNICA HERNÁNDEZ.

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