jueves, 23 de octubre de 2014

La marcha estudiantil más grande en décadas retumba en el DF

MÉXICO, D.F: Antorchas, veladoras, trompetas, pero, sobre todo, un silencio impactante de decenas de miles de jóvenes en varios contingentes provenientes de todos los puntos cardinales de la Ciudad de México fluyeron como un río humano durante cuatro horas desde el Ángel de la Independencia, sobre la avenida Reforma, hasta el Zócalo, con un solo clamor: “Vivos se los llevaron, vivos los queremos”.

Aquí Todos somos Ayotzinapa, pero también todos somos normalistas, padres de familia, primos, hermanos, de los más humildes, de los más criminalizados durante décadas por un Estado que desprecia a sus maestros egresados de las normales rurales.

Todos demandan la aparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, Guerrero, secuestrados desde el 26 de septiembre, en una orgía de narcopoder protagonizada por policías municipales que, hasta hoy, confirmó la Procuraduría General de la República, recibieron la orden del alcalde perredista de Iguala, José Luis Abarca.

No piden la renuncia de Ángel Aguirre, mandatario estatal. Para casi todos, el expriista está hundido en las mismas 19 fosas que se han encontrado recientemente. Piden la renuncia del primer mandatario Enrique Peña Nieto y acusan a los tres grandes partidos (PRI, PAN y PRD) de estar coludidos con el “narcopoder”.

Los jóvenes anarquistas, encapuchados, encapsulados, hacen pintas en el trayecto, pero todo amago de violencia y provocación es rechazado de inmediato. Es una marcha pacífica, sin vigilancia policiaca ostentosa ni intimidante.

“No violencia, no violencia”, gritan cientos de jóvenes, muy jóvenes, de la Universidad de Chapingo, sobre la calle de Tacuba, a dos cuadras del Zócalo, cuando se presentó uno de los intentos de utilizar las antorchas para incendiar una bandera del Hotel Holiday Inn.
No pasó a mayores. La gente se vigila a sí misma.

Es la intersección de una indignación largamente larvada por una guerra contra el narco que se transformó en una guerra contra los más pobres. Un etnocidio simulado. Crímenes de lesa humanidad. Desapariciones forzosas. “El país se nos volvió una narcofosa”.

Decenas de familias, oficinistas, turistas y cientos de reporteros vieron pasar una marcha que se prolongó desde las 18 horas hasta más allá de las diez de la noche.

Las veladoras proliferaron en la plancha del Zócalo, donde se instaló un templete con la presencia de los padres de familia de los 43 jóvenes desaparecidos, de sus compañeros de la Escuela Normal Rural y con integrantes de otros colectivos, como el Frente Popular de Defensa de Atenco.

Estamos ante la marcha más grande de los últimos años –quizá desde las jornadas del movimiento universitario del 68- sin signo partidista, sin consignas electorales y con una gran indignación que se ve en los rostros, en las mantas, en los carteles, en las pintas, en las consignas que escalan la rabia hasta Enrique Peña Nieto.

“Podrán arrancar la vida, jamás los ideales”, proclama una manta de jóvenes de la UNAM. “En México es más peligros ser estudiante que ser narcotraficante”, reza una pancarta. “La rebeldía es arena cargada de futuro”, de la Facultad de Filosofía y Letras.

“México huele a muerte, en el dolor de una madre de su hijo desaparecido”, reza una pancarta. La porta una madre de clase media, sentada en silla de ruedas, con una bandera mexicana que ondea a media asta, en una esquina de la Catedral Metropolitana.

La imagen es un símbolo y una síntesis. Aquí las clases sociales se mezclan. Los chicos de la Ibero marchan con los del Politécnico Nacional. Los chavos ITAM con los de la UNAM, las antiguas vocacionales con varias escuelas normales que toman por asalto el corazón de la marcha.

“Que se Atengan a las Consecuencias”.

Sobre el templete instalado delante del Palacio Nacional, Rafael, uno de los padres de los normalistas desaparecidos, le advirtió al gobierno de Peña Nieto: “No más de dos días les vamos a dar. Si no, que se atengan a las consecuencias”.

Otro normalista arenga: “Hoy no va a dormir Peña Nieto”. Y los gritos en su contra, con peticiones de que renuncie se escucha con fuerza en un Zócalo con contingentes que llegan de manera intermitente.

Los integrantes del Frente de Defensa de la Tierra de Atenco se hicieron presentes. Ignacio del Valle, líder histórico de Atenco, toma la palabra. Blande su machete. Y recordó que desde hace 14 años ellos han vivido la intensa represión del gobierno peñista.

En esta concentración no hay líderes políticos. Sólo hay líderes cívicos. Y los principales son los 43 ausentes.

El pase de lista de cada uno de estos jóvenes se acompañó con el grito: “Justicia, justicia”.

FUENTE: PROCESO.
AUTOR: JENARO VILLAMIL.

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