jueves, 13 de marzo de 2014

La televisión mexicana: caja de estereotipos

FUENTE: REVOLUCIÓN 3.0
AUTOR: ÉRIKA PAZ.

En la carta programática de toda la radio y la televisión, de la prensa y las revistas nacionales, existe un denominador común: hay una asociación de las mujeres con el amor, como si parte de la naturaleza de las mujeres fuera ser amorosas. Pero, ¿qué significa, desde la perspectiva de estas narrativas, que las mujeres sean amorosas? Que las mujeres sean sumisas -casi todas las protagonistas (de telenovelas) son sumisas-, que acepten  someterse a relaciones en donde son violentadas, en donde son discriminadas, ya que, en nombre del amor, recibirán a cambio su recompensa.

I) “La que de chamaca locamente se enamoró/ Y por curar dolencias se desquició/ Cuando la dejó/ Que de mi corazón se adueñó/ Toditas mis ilusiones se llevó/ Que regrese a mí le pido a Dios/ Porque yo me pierdo sin su amor/ Soy María, María la del Barrio soy”.


Así comienza  una de las telenovelas más vistas en la historia de la televisión nacional: “María la del barrio”. La trama de la emisión televisiva era sencilla: una mujer humilde dedicada a la recolección de basura se enamora de un joven millonario; éste, recientemente engañado por su prometida, se dedica a despreciar a cuanta mujer se encuentre a su paso, incluida  María. Intrigas, traiciones, mentiras y engaños deben ser sorteados por ésta última para alcanzar por fin el objetivo de su vida: el amor de Luis Fernando.
La letra de la canción que abre la telenovela presenta los rasgos fundamentales de la protagonista y, por ende, de lo que se espera de una mujer entrañable para el público nacional: humildad, devoción y proclividad al enamoramiento. El amor de María, sin embargo, no es cualquier tipo de amor, sino uno que linda con la locura. Así, desde el primer minuto del programa, el estereotipo de la mujer ideal para las telenovelas mexicanas se dibuja ante nuestros ojos. Si quiere ser feliz, María debe hallar al hombre perfecto, aun cuando, para lograrlo, tenga que pasar por todas las vejaciones imaginables.

Como si el tiempo no hiciera mella en los contenidos de Televisa, 18 años después, en el mismo canal y en la misma televisora, otra historia penetra los hogares del país: “Corazón indomable”. Un mujer, también humilde, deberá enfrentarse a las peores humillaciones, deberá superar la pobreza y el desprecio para salir adelante y encontrar su verdadero amor

El promocional de la telenovela es revelador. Un mujer bella, vestida con un manto blanco y descalza –para que quede clara su pobreza–, corre por el campo, al tiempo que una voz en off dice:

“La ternura la hizo grande, la injusticia fuerte y valiente”.

Mientras se oyen estas palabras la escena deja ver que la mujer es acosada por un hombre barbado, hasta que, heroicamente, un joven a caballo llega a salvarla del peligro.

II) Sin lugar a dudas los medios masivos de comunicación ocupan un lugar privilegiado en las  sociedades modernas. En los últimos años se ha debatido largamente cuál es su verdadero papel y hasta qué punto influyen en la conducta de las personas. Desde la década de 1970 los estudios culturales han señalado el papel activo que tienen las audiencias en la recepción de los mensajes televisivos y, por tanto, la idea de que éstos determinan enteramente los valores y creencias de las personas ha sido deslegitimada.


En todo caso, existe un contexto sociohistórico configurado por diferentes instituciones que interactúan y actúan en la conformación de las percepciones y autopercepciones de los sujetos; sin embargo, en determinados contextos, los medios de comunicación y en específico la televisión pueden tener una mayor influencia en los públicos.

En sociedades donde reinan las prácticas monopólicas informativas y el espectro radioeléctrico se concentra en pocas manos; como es el caso de México en la que un 96 por ciento del mismo pertenece a Televisa y TV Azteca; merece especial atención el tema de la reproducción y retransmisión de estereotipos de género en la programación televisiva.

Como señala la doctora en Periodismo y Comunicación por la Universidad Autónoma de Barcelona, Aimée Vega Montiel: “No podemos establecer sentencias inamovibles en torno a la definición que las personas tenemos de la vida. En la definición de cómo nos planteamos los problemas o incluso en cómo los resolvemos intervienen distintas mediaciones, distintas instituciones, como la relación cotidiana de los objetos que van desde la familia, la escuela, el lugar del trabajo, nuestro grupo de pares, etc. Dentro de este cúmulo de mediaciones, los medios masivos de comunicación juegan un papel importante, participan en la construcción de estos imaginarios, pero no son determinantes”.

Bajo esta lógica es aventurado decir que la televisión crea estereotipos de género; pero no tanto decir que los refuerza y reproduce. Aimée Vega señala que en su trabajo de investigación ha identificado que “en la carta programática de toda la radio y la televisión, de la prensa y las revistas en México, existe un denominador común: hay una asociación de las mujeres con el amor, como si parte de la naturaleza de las mujeres fuera ser amorosas.

Pero, ¿qué significa, desde la perspectiva de estas narrativas, que las mujeres sean amorosas? Que las mujeres sean sumisas –casi todas las protagonistas (de telenovelas) son sumisas–, que acepten  someterse a relaciones en donde son violentadas, en donde son discriminadas, ya que, en nombre del amor, recibirán a cambio su recompensa y, ¿cuál es esa recompensa?: el reconocimiento del protagonista, un sujeto masculino que siempre es un sujeto de poder y que termina reconociendo en la mujer con la que se queda estas virtudes asociadas a una naturaleza que es ficticia”.

Según la entrevistada estos estereotipos son configurados desde el surgimiento del Estado Moderno en el siglo XVIII, cuando la sociedad da fin al orden feudal y nacen los Estados Nación: “Los autores ilustrados dicen: vamos a pesar en cómo debe funcionar este proyecto de organización basado en el contrato social y dar el carácter de ciudadanía a aquellos que cumplan con las cualidades que exige este nuevo orden social que son: ser sujetos racionales, ser sujetos imparciales, es decir tener la suficiente capacidad de discernimiento y ecuanimidad para no favorecer, guiados por sus sentimientos a unos sujetos o a otros, el ser sujetos que solamente se guíen por su mente y no por su corazón, ser sujetos egoístas, porque este nuevo estado requiere que se le defienda de los adversarios y, entonces, cuando hacen todo este listado, dicen autores como Jacobo Rousseau y ¿quiénes por naturaleza cumplen con estas cualidades? Los hombres.

En oposición se colocan las supuestas cualidades naturales de la mujer, y se nos dice: las mujeres son dóciles, las mujeres no tienen esta fuerza ni este egoísmo para defender lo que es de su Estado, las mujeres no son racionales, las mujeres se guían por la pasión. Así, a unos se les reconoce su estatus de ciudadanos y a las otras su estatus de sujetas protegidas por la sociedad y, ¿a cambio de qué ellas recibirán protección?, a cambio de prometer lealtad y sumisión”.

Sin embargo, los estereotipos de lo femenino y lo masculino se han transformado a lo largo de los años. La industria del espectáculo ha sabido renovarse y ha generado nuevas imágenes sobre el papel de la mujer y el hombre, y sobre el tipo de relaciones entre ellos; incluso ha visibilizado temas hasta antes impensables como las relaciones homosexuales. Para algunos esto puede interpretarse como un avance cultural, pero también es posible tomar una postura crítica al respecto.

Tomemos el caso de series de televisión que en apariencia proponen “nuevas” formas de ser mujer y de ser hombre, así como “nuevos” modelos de amor romántico como Sex and the city, Desperate housewifes, o series gays como The L World o Queer as folk; en México El sexo débil o Las Aparicio, que se venden bajo el estandarte de la liberación sexual femenina; Vega Montiel afirma que “lo que vemos ahí es la configuración de esos grupos sociales como grupos de consumo, es decir a las mujeres se nos reconoce nuestro poder, en tanto tenemos la capacidad económica de consumir.

“Vemos a las protagonistas de Sex and the City, promocionando los zapatos de tal diseñador y el éxito de esas mujeres se basa en su poder de consumo y en su capacidad de enamorar al hombre de sus sueños; es decir, seguimos viendo la reproducción de los mismos esquemas que nos vienen del siglo XVIII o, incluso desde antes, desde Platón y Aristóteles.

En la antigua Polis los hombres se dedicaban al espacio público y las mujeres eran relegadas a lo privado, al oikos, al hogar. Definitivamente los medios de comunicación tienen un poder enorme que no tienen otras instituciones como por ejemplo la escuela, y es que los medios de comunicación generan productos culturales que se van reproduciendo en ámbitos locales. Pensemos en fórmulas como Betty la fea, que funciona en Colombia y luego se vende a la televisora alemana, a la estadounidense y a la mexicana, etcétera”, indica Aimée Vega.


Ante esta situación, la doctora opina que la ciudadanía debe participar y esgrimir el argumento de que las televisoras explotan un bien público, por más que ellas se asuman  como empresas privadas y, por lo mismo, se apeguen al rating y a la comercialización de su programación como únicos criterios para definir su programación.

“Están explotando el espectro radioléctrico que es un bien público, es un bien de la nación, de los ciudadanos. Nada más, por esa razón, están obligados con la sociedad a crear contenidos que sean responsables con la ciudadanía a la cual se están dirigiendo. Es necesario que dejen de tratar a los públicos como simples grupos de consumo y se asomen un poquito a ver de qué está hecha la condición, la mente de las audiencias, porque creo que ahí tendrían un muy buen punto de partida para empezar a cambiar estas configuraciones”, concluye Vega Montiel.

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