viernes, 21 de febrero de 2014

Comí con un narco por error

FUENTE: PROCESO.
AUTOR: JUAN PABLO PROAL (ANÁLISIS)

Es irresponsable suponer que la cantante Melissa Plancarte, hija de Enrique Plancarte, uno de los líderes de “Los Caballeros Templarios”, recibió la autorización del gobierno de Michoacán para grabar el videoclip “Desde que te fuiste” en el Palacio de Justicia de Morelia. Fue un error minúsculo, un descuido. El gobernador Fausto Vallejo lo explica mejor: “No se puede desvirtuar, por ese hecho, que está en manos de la burocracia (…) No sé si un conserje autorizó”.

Tampoco es válido sospechar que el gobierno federal contrató al sicario Juan José Farías Álvarez “El Abuelo”, del cártel de “Los Valencia”, para liderar a los grupos de autodefensa en Michoacán.

Sí, Alfredo Castillo, comisionado para la Seguridad y Desarrollo Integral en esa entidad, fue fotografiado con el capo, pero, como él mismo aclaró, fue un hecho incidental: “Es como si te invitan a una boda y después sale que en la mesa de al lado estaba tal (…) y esa persona se te acercó cuando vas al baño o como cuando tú vas a un mitin”.


Que el exgobernador de Coahuila y expresidente nacional el PRI Humberto Moreira pague 3 mil 500 euros mensuales (unos 55 mil 300 pesos) por un chalet en el exclusivo barrio de Sant Cugar, el segundo municipio más rico de toda Cataluña, no quiere decir que haya saqueado a su estado, endeudado durante su administración con 34 mil 898 millones de pesos. Cuando el periódico Reforma le preguntó cómo solventa sus lujos en España, su actual residencia, él mismo disipó las dudas: “De mi salario (de maestro) y de mis ahorros”.

En el México del neopriismo no hay feminicidios, sino mujeres irresponsables que se arriesgan a caminar a horas inmorales. Ningún periodista es asesinado, son personas comunes con problemas personales. ¿Crímenes por homofobia? ¡Jamás! Homicidios pasionales.

El escritor irlandés Jonathan Swift, admirado por su capacidad de sátira y autor de “Los viajes de Gulliver”, explicó en un artículo titulado “El arte de la mentira política” por qué los gobernantes necesitan del engaño “(…) Para hacerse del poder y conservarlo (…) Hemos visto cómo muchos de los dineros de la nación acabaron en manos de aquellos que, por su cuna, educación o mérito, no habrían podido aspirar más que a cuidar de nuestras cuadras”.

La mentira es un código de la clase política mexicana, resume la socióloga Sara Sefchovich en su obra “País de mentiras”, un asombroso compendio ensayístico sobre la capacidad de cinismo de nuestros gobernantes. Lo explica así: “(…) Cuando la mentira no es una conducta extraña que se cuestiona y hasta castiga sino que es un discurso de todos, repetido y reiterado, ya no es una decisión individual de quien la emite ni es tampoco algo que una persona pueda decidir cambiar (…) La cultura mexicana no sólo genera y permite sino que exige, aplaude y premia este modo de funcionar. Si en México se miente es porque se puede mentir y más todavía, porque se tiene que mentir”.

Pero hay de mentiras a mentiras. Está la cuidada, la fina, donde el actor estudió obsesivamente su papel hasta interpretarlo con maestría. Ahí está Carlos Salinas periódicamente presumiendo en los medios los milagros de su sexenio, su inocencia en los magnicidios cometidos durante su administración y su nula responsabilidad en la crisis del 94. Y no hay entrevistador a modo que logre acorralarlo.

Y existe otra mentira: La malograda, más cercana al cinismo, a la sátira. A nadie convence, quien la escucha simplemente no la cree. Se desacredita por sí misma. En su sonido hay notas de burla. Esa es la que nos ofrece el peñismo, acuñada en su máximo esplendor con el caso de la menor Paulette Gebara Farah, quien nueve días después de ser reportada como desaparecida, fue “encontrada” muerta por la Procuraduría General de Justicia del Estado de México en una rendija situada entre el colchón donde dormía y un mueble que formaba parte de su cama, el mismo sitio donde su madre, LIsette Fraah, daba entrevistas a los medios de comunicación para pedir ayuda para localizar a su hija.

La mentira sirve para ocultar la verdad, para gobernar en secreto. ¿Qué nos esconde el gobierno de Peña Nieto? ¿Negocia con grupos criminales afines para afectar a los contrarios? ¿Qué oculta la reforma energética que requiere de millones de pesos en anuncios para persuadirnos de sus supuestas bondades? ¿Cuál es la relación del Ejecutivo con los grupos de autodefensa?, ¿Por qué con el gobierno de Duarte han sido asesinados diez periodistas y en las conclusiones de los casos ridiculizan la memoria de las víctimas? ¿Cuánto costó la presidencia y quién la financió? ¿Cuál es el verdadero papel de Carlos Salinas, cuyos principales colaboradores están de regreso en la arena pública?, ¿Por qué los grandes capos como “La Tuta”, “El Chapo” o “El Mayo” permanecen activos y visibles?

En su ensayo “Democracia y secreto” el filósofo y politólogo italiano Norberto Bobbio advierte que cuando un gobierno toma las decisiones bajo la oscuridad, funciona como una autocracia. “La democracia es idealmente el gobierno de un poder visible, es decir, el gobierno cuyos actos se realizan ante el público y bajo la supervisión de la opinión pública”, define Bobbio, quien añade que la penumbra es el color idóneo para el esparcimiento de la corrupción.

No hay duda de que el actual gobierno y sus emisarios mienten como máximo recurso de supervivencia. Sólo así puede funcionar su aceitosa estructura. La pregunta es: ¿Cuánto de lo que escuchamos de sus labios es verdad? Pareciera que, con indigesta resignación, como público nos acostumbramos a ser espectadores de una mala telenovela. La verdad casi nunca emerge y los corruptores envejecen resguardados en sus mansiones.

La experiencia nos ha enseñado que la clase política tergiversa, oculta y calla para financiar sus chalets suizos. ¿Cuáles son las consecuencias sociales? Sefchovich las resume con precisión: desconfianza, falta de respeto, desmemoria, desinterés, doble moral, corrupción, desesperanza. “Los ciudadanos no se sienten con la obligación ni con el deseo de respetar ni a la ley, ni a las instituciones, ni a las investiduras, ni a las autoridades, ni a las personas”.

Lo más desalentador es que, tratándose de un código, resulta casi imposible su erradicación. Con su infinita ironía, desde el siglo XVIII Swift advertía el derrotero de esta práctica: “Considerando la natural propensión del hombre a mentir y de las muchedumbres a creer, confieso no saber cómo lidiar con la máxima tan mentada que asegura que la verdad acaba imponiéndose”.

Mientras tanto, tal parece que el futuro inmediato está desierto de bálsamos. Amarrados a nuestra butaca, (¿disfrutaremos?) el humor involuntario del bufonesco neopriismo. Genial para humillarse, magistral para enriquecerse en secreto.


P.D. Este domingo 23 de febrero al mediodía se realizarán manifestaciones en las principales plazas públicas del país para exigir un alto a los homicidios contra periodistas. En el Distrito Federal la cita será en el Ángel de la Independencia.

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