viernes, 6 de diciembre de 2013

El primer año de Peña, el mejor para extorsionadores

FUENTE: REVOLUCIÓN 3.0
AUTOR: ÓSCAR BALDERAS.

Le llaman “invitación” y ese día de mayo de 2013 fue todo menos cordial. Se acercaron a la cafetería de Perla N., el negocio familiar desde hace cuatro años ubicado en la zona escolar de la FES Acatlán de la UNAM, y los tres hombres, muy serios, caminaron hasta donde está la caja registradora.

- Buenas tardes, ¿usted es la dueña del negocio?– preguntó uno con lentes oscuros.

- Sí, ¿dígame? – respondió Perla, de 51 años, con voz trémula, acorralada entre el mostrador y la pared. Conocía ese vacío en el estómago, lo que antecede a un “esto es un asalto” o “entrégueme el dinero”. Dos veces ya había pasado por eso y su regla era no oponer resistencia y ser respetuosa.

- No se espante, señora –dijo otro. –Somos de la empresa y venimos a brindarle seguridad, para que esté segura de que nada le pasará.

- No entiendo, ¿seguridad por qué?

- Porque si usted paga, nada le pasará a su negocio. Esto es una “invitación” y no es opcional.

Por cinco minutos, eternos para Perla, le explicaron: la “empresa” es una pandilla local del Estado de México que trabaja con la autorización de La Familia Michoacana; la “invitación” es un derecho de piso; “seguridad” es que, si coopera con los delincuentes, nadie le quemara su negocio con antorchas y galones de gasolina.

Los tres hombres abandonaron confiados el local, con la certeza de que había quedado claro que la fecha de corte para pagar mil pesos mensualmente vence los 28 de cada mes. Y que Perla lo haría puntual, si no quería ver arder su patrimonio de cuatro años.

Por si acaso, al día siguiente tiraron un balazo a la fachada y dejaron una nota: “Para que veas que sí necesitas seguridad”.

El caso de Perla es uno enntre 7 mil 270 casos denunciados este año, según los registros del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública. Su miedo apenas representa el 0.013 por ciento del delito de extorsión, que Peña Nieto se comprometió a reducir –junto con el secuestro y homicidio– apenas llegara a la Presidencia de la República.

Estos números marcan un incremento de 12 por ciento respecto al último año en el poder de Felipe Calderón: con el panista hubo 6 mil 478 denuncias.

Las cifras son pantanosas, pues de acuerdo con una declaración de diciembre de 2012 del secretario de Gobernación Miguel Ángel Osorio Chong, sólo 8 de cada 100 delitos en México tienen una denuncia formal en un ministerio público.

Juan Vázquez, criminólogo y docente de la Universidad del Valle de México, señala que específicamente en el delito de extorsión las cifras de denuncias son bajas, pues los criminales se imponen directamente en casas y comercios de sus víctimas, lo que incrementa el miedo.

- No es como si te asaltan en la calle y pones una denuncia para alertar a la policía de que tu celular ya no está en tu poder, sino de delincuentes. Los criminales van a tu casa, tu comercio, miran tus fotos personales, el lugar donde estás, se meten en tu rutina y eso inhibe las denuncias –dijo el experto.

Con Peña Nieto en el poder, la extorsión se convirtió en el segundo delito con mayor presencia en el país sólo debajo del robo o asalto en la calle y por encima del robo total o parcial de vehículo, así lo revela la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Inseguridad Pública 2013 elaborada por el INEGI.

El documento también muestra que el 57.8 por ciento de la población considera la inseguridad y delincuencia como el mayor problema de México, por encima de crisis económicas, pobreza, desempleo y falta de educación.

Perla está en esta estadística: ciudadanos extorsionados que sí denunciaron, pero que al cabo de un tiempo fueron abandonados por las autoridades.

Después de pagar “derecho de piso” por un año, el gasto se volvió asfixiante. Ni despidiendo a una ayudante y elevando los precios pudo salir con los gastos que necesitaba para su casa, así que denunció ante la policía federal. Su acta quedó archivada en la Subprocuraduría de Tlalnepantla, C.J. Naucalpan, en la colonia El Mirador.

Durante dos meses, las patrullas rondaron cerca de su negocio con frecuencia. Los miedos le crispaban, subió la presión, bajó de peso, un ruido cualquiera la hacía perder los estribos. Alguien avisó a los estudiantes de licenciatura que ese negocio estaba marcado por el crimen y dejaron de ir.

- Yo no sé si con eso se conformaron esos señores, porque ya no han vuelto. Han de pensar que para qué, si ya no tengo clientes. Les da miedo que les pase algo acá y ya nomás tengo servicio para llevar, casi no hay gente – dice Perla, quien eligió hablar lejos de su negocio en el Distrito Federal.

Dice que cada día es un albur, porque pueden volver esos hombres o querer abrir el local y que lo encuentre hecho una fogata.

Que a veces se arrepiente de denunciar o de no oponer resistencia a pagar o de pagar o de no hacer el esfuerzo por pagar más. Da igual, cuenta, si su local de capuchinos, galletas, molletes y ensaladas ya lo dejaron inutilizable.

Tal vez, dice, lo mejor sea pasar a otra estadística: la de 160 mil empresas que, según la Confederación Patronal de la República Mexicana, cerraron en 2012 por la inseguridad.

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