martes, 5 de noviembre de 2013

Por las trincheras de Tierra Caliente

FUENTE: PROCESO.
AUTOR: ARTURO RODRÍGUEZ GARCÍA.

Michoacán arde entre la violencia y la incertidumbre: autodefensas desarmadas proclamando la “liberación” de Apatzingán –cuna y bastión de Los Caballeros Templarios–, decenas de emboscados y ejecutados, retenes y trincheras en los caminos, ataques incendiarios y un gobierno estatal del cual nadie puede decir que ofrece seguridad o certezas y que ha sido acusado de mantener alianzas con el narcotráfico. “Estado fallido”, lo califican algunos, y desde el Senado incluso se ha pedido la desaparición de poderes…


MORELIA, MICH. La violencia en la Tierra Caliente cerró las llamadas “fiestas octubrinas” –con las que se celebra la promulgación de la Constitución de Apatzingán– en un ámbito en el que los grupos de autodefensa quedaron desarmados y se proclamó la “liberación” del dominio criminal en esa ciudad.

El sábado 26 de octubre la incursión de las también llamadas “policías comunitarias” en Apatzingán, bastión de Los Caballeros Templarios, desató un enfrentamiento entre delincuentes y policías federales. Este episodio, que tuvo un saldo de 12 templarios muertos, según la versión de las autodefensas, dio paso a una nueva escalada violenta en la entidad y marcó el inicio de las festividades del Día de Muertos, con alrededor de 40 caídos en diferentes puntos del estado.


A esa mortandad se sumaron el sabotaje a instalaciones de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) y ataques incendiarios en gasolineras, en presunta represalia por el apoyo federal a las autodefensas. Al menos 14 municipios quedaron sin energía eléctrica.

El aumento de las tensiones entre autodefensas y templarios se generó en un contexto de inestabilidad política, pues la titularidad del gobierno estatal fue polémicamente reasumida el 23 de octubre por el priista Fausto Vallejo, ausente los últimos seis meses por problemas de salud, de los que hasta ahora se ignora si ya fueron superados.

Pero el regreso de Vallejo nada tiene que ver con la crisis de violencia, según diferentes actores políticos y sociales consultados.

El doctor José Manuel Mireles, de las autodefensas de Tepalcatepec, sostiene que desde hace cuatro meses la “liberación” de Apatzingán estaba en marcha por petición de decenas de ciudadanos de ese municipio, considerado “la cuna templaria”.

A las 6:00 de la mañana del 26 de octubre tronaron los cohetones y repicaron las campanas en Tepalcatepec, Buena Vista Tomatlán y La Ruana, cuyos habitantes estaban avisados de que ese día partirían hacia Apatzingán para apoyar a las incipientes autodefensas que ahí se gestaban…

Fragmento del reportaje que se publica en la edición 1931 de la revista Proceso, actualmente en circulación.

Esos municipios, productores de limón, mango, lácteos, ganado y con alguna actividad minera, padecen el cerco de los templarios desde el surgimiento de las autodefensas, atenuado en las últimas semanas por la presencia militar.

Durante un periodo prolongado los habitantes de esos municipios no pudieron abandonar la zona, no tuvieron suministro de gasolina ni alimentos y estuvieron impedidos de transportar sus productos y comercializarlos, pues las empacadoras están en Apatzingán.

La concentración se convocó en San Juan de los Plátanos, de donde salieron tres caravanas que pretendían ingresar a Apat­zingán por esa ruta y por los caminos de El Letrero y Aguililla.

Unas 300 camionetas comenzaron su avance, pero en el camino encontraron retenes militares que los conminaron al desarme. En El Letrero hubo tensión, pues el contingente se negó a dejar las armas y se abrió paso con un tractor y un camión de volteo.

Más adelante alcanzaron un acuerdo. Entrarían desarmados y el Ejército y la Policía Federal (PF) garantizarían su seguridad. La caravana continuó.

“Yo iba nervioso porque nuestra gente iba desarmada”, sostiene el doctor Mireles, quien narra también el ingreso al bastión templario: desde una camioneta con bocinas sonaba el Himno Nacional; otra llevaba altavoces por los que se convocaba al “alzamiento”.

Mireles, responsable de la única clínica de la Secretaría de Salud en Tepalcatepec, asegura que la gente salía, los vitoreaba y se sumaba a pie o en vehículos a las caravanas.

Pasaron por el Monumento a Lázaro Cárdenas, donde reconocieron al “cobrador” templario y lo detuvieron para entregarlo a los militares. Recorrieron las principales vialidades y finalmente llegaron al centro. Les avisaron que había francotiradores en la azotea de la catedral y en los edificios alrededor del zócalo, incluida la Presidencia Municipal, pero el Ejército les dijo que se trataba de militares.

Mireles acudió a la estación de radio local y emitió un mensaje de cinco minutos: proclamó la liberación de la ciudad, declaró que nadie tendría que pagar cuotas a Los Caballeros Templarios y que Apatzingán recuperaría a partir de ese momento su seguridad. Cuando estaba a punto de abandonar las instalaciones sonaron tres explosiones y comenzó el tiroteo.

Las autodefensas se refugiaron en los portales. Dos habitantes de Tepalcatepec fueron heridos. El Ejército y la PF mantenían la vigilancia fuera de la ciudad, pero en el centro las autodefensas estaban solas.

Minutos después llegó la PF, tomó posiciones y la balacera se prolongó más de una hora. Asegurada la zona por el Ejército, alcanzaron una serie de acuerdos, entre éstos la instalación de puestos de vigilancia, la realización de patrullajes y el regreso a sus comunidades. Miembros de las autodefensas habrían indicado las casas de seguridad templarias, según Mireles.

Trincheras y retenes

La tensión en la zona continúa –pese al refuerzo militar y de la PF– tras los ataques a las instalaciones de la CFE del pasado 27 de octubre.

La peculiaridad de dichos ataques estriba en el uso de bombas molotov, dado el poder de fuego atribuido a los templarios, por lo que se presume una alianza con algún grupo de “desvirtuada orientación social”, según una fuente de inteligencia federal.

Ejército y PF transitan aquí con poderoso armamento; las autodefensas se atrincheran en los accesos a sus comunidades y la espera de una embestida templaria no se concibe sin cuernos de chivo y granadas.

En Apatzingán se aprecia una normalidad apenas interrumpida por la presencia de tropas que custodian los 13 accesos a la cabecera municipal y patrullan sus calles. Hay movilidad permanente, sin puestos fijos. Presuntamente hay cateos, detenciones y aseguramientos de arsenales, pero no hay confirmaciones oficiales al respecto.

Un tráiler desvencijado y lleno de hollín se ve a unos 500 metros después de pasar por los retenes de la PF y del Ejército en las afueras de la ciudad: “Se lo quitaron al chofer, aquel muchacho de allá, y pos ¿qué hace uno? El patrón mandó a ver qué se puede hacer con la góndola; mire nomás cómo quedó”, comenta un trabajador.

Por el puente Piedras Blancas, una cruz negra señala el sitio donde un día varias cabezas humanas quedaron empaladas.

Los militares transitan con los fusiles prestos a diestra y siniestra. Hay un primer retén, nutrido de autodefensas, por San Juan de los Plátanos; en adelante, los hombres atrincherados serán casi invisibles, detrás de las fortificaciones de costales de arena. “Fortines”, les llaman.

Los atrincherados cuestionan, explican, describen atroces hechos de sangre que, aseguran, los llevaron ahí: asesinatos, violaciones, secuestros, extorsiones.

“¿Quiere saber la verdad? Nada más pregunte por qué nos prohibieron entrar armados (a Apatzingán)”, dice uno.

“Cuando estuvimos nosotros (autodefensas) nunca atacaron la CFE. Ya nos volvimos a poner; a ver… que vengan”, reta otro.

“Me da mucho coraje que digan que somos narcos de la Nueva Generación”, lamenta uno más.

“Estos (templarios) pensaron que íbamos a limpiar a la ‘Guardia Michoacana’, pero cuando vieron que venimos también a liberar la cuna de los templas nos atacaron y el Ejército nos dejó solos.”

Al entrar a Buena Vista Tomatlán, delante de las trincheras una advertencia se antepone: son tres ataúdes con el cartel que dice “territorio libre de templarios”. Al fondo, lo que fuera una capilla de “San Nazario Moreno” (el líder de los templarios presuntamente muerto en 2010 pero de quien todo mundo afirma que sigue vivo y ya no es el “santo patrono de Tierra Caliente”) está vandalizada; es una trinchera más de las autodefensas.

Las capillas del santo narco se verán igual en Tepalcatepec y La Ruana, por los caminos del territorio de las autodefensas en Tierra Caliente.

Las subestaciones de la CFE están bajo custodia militar. De dos a tres pelotones vigilan estratégicamente dispuestos detrás de montículos, edificaciones, bardas y accidentes naturales. “Esos ataques no son de narcos”, razona un teniente del Ejército sobre el sabotaje, pero ya no quiere decir más.

Es la guerra

En las instalaciones de la unión ganadera donde se iniciaron las autodefensas de Tepalcatepec, junto a una camioneta con la caja llena de sangre coagulada, Mireles habla de “liberación de pueblos”, “alzamiento armado”, “toma” de ciudades en próximas semanas, una lógica geográfica que pretende limpiar Tierra Caliente y entrar a Uruapan.

“Nuestro proyecto es eliminar al crimen organizado (templarios, Familia, zetas,­ como se llamen) en todo el estado.”

–¿Esto es una guerra?

–Es una guerra. Donde hay muertos, gente armada y combatientes es una guerra. Y para que haya guerra, nos enseñaron, se necesitan tres cosas: primera, tener la misión, que para nosotros es acabar con todos los criminales en el estado.

“La segunda es tener una táctica. Nosotros no la tenemos pero el Ejército sí. La tercera es el conocimiento del enemigo. No lo tienen los federales, los militares ni el estado, pero el pueblo sí. Si conjuntamos las tres cosas… estamos en guerra y la vamos a ganar.”

Desde el pasado 24 de febrero, cuando las autodefensas proclamaron la liberación de sus comunidades, han repetido sus historias: ejecuciones, secuestros y violaciones masivas, así como un factor económico que se materializa en el control de empacadoras y todo tipo de insumos, servicios y actividad comercial.

La experredista y diputada independiente Selene Vázquez Alatorre afirma que el cerco a las comunidades con autodefensas va más allá: no tienen acceso a servicios de salud porque los hospitales están en Apatzingán; unos 2 mil jóvenes dejaron el ciclo escolar desde febrero. “Ante esto, ¿qué puede hacer una pinche dipu­tada local?”, dice.

El movimiento de autodefensas se inició en La Ruana. Ahí permanecen las huellas de los disparos y el caos del 28 de abril, cuando un contingente templario llegó beligerante al lugar.

“Quisiera que los líderes de los Templarios entraran en razón y dijeran ‘estamos perdiendo’, que no deben cobrarnos cuotas ni quitarnos sueldos, que pensaran bien y terminara todo”, dice Hipólito Mora, dirigente de las autodefensas en La Ruana y quien no admite la condición de guerra.

Para él, con el desarme del 26 de octubre el Ejército evitó un mayor derramamiento de sangre en Apatzingán. Y viendo los Templarios que el Ejército estaba apoyando a las autodefensas, reaccionaron con los ataques a la CFE y a las gasolineras.

En la plaza principal de la comunidad, Mora declara saber que Los Caballeros Templarios pretendían matarlo desde el principio; 15 días le dieron de vida cuando surgió el movimiento, y añade: “No siento miedo. Estoy completamente seguro de que me van a matar y será pronto”.

“Estado fallido”

–¿Cuánto valen el sistema electoral y una autoridad electa en Tierra Caliente? –se le pregunta al alcalde priista de Tepalcatepec, Guillermo Valencia.

–Nada. ¿De qué sirve la democracia si un grupo de personas que escudándose en los movimientos de autodefensa desestabilizan un municipio por rivalidad política con el alcalde, pues tienen más poder que una autoridad legítimamente constituida? Como alcalde no tienes apoyo de autoridades federales ni estatales para hacer lo que corresponde. Sólo pido seguridad y protección, pero no me la han brindado.

Afuera del Palacio Municipal de Tepalcatepec, numerosos cartelones acusan a Valencia de ser templario. Él lo rechaza en entrevista con Proceso el 31 de octubre.­

Valencia es uno de los seis alcaldes expulsados de sus municipios e instalado en Morelia; acusa al exalcalde priista de Tepalcatepec, Uriel Farías –quien ha sido vinculado con el narco–, de usar las autodefensas para deponerlo.

Un denominador común en la entidad es que todos acusan a todos de estar vinculados con el narco: de las autodefensas se ha dicho que trabajan para el Cártel Jalisco Nueva Generación, y ellas lo rechazan; de la clase política de una u otra filiación, que depende de una u otra mafia.

Un gobernador y otro han sido señalados. Lo más reciente: Luisa María Cocoa Calderón, hermana del expresidente, aseveró que un hijo de Fausto Vallejo tiene nexos con el crimen organizado.

La tensión por la violencia en la zona se ha incrementado a lo largo del año, impregnando el ámbito político que prendió en estos días, cuando el grupo calderonista en el Senado, en voz de Roberto Gil, llamó a decretar la desaparición de poderes.

En el ámbito local el planteamiento de Gil y las acusaciones de Cocoa Calderón no encontraron eco y fueron rechazados hasta por los más críticos al gobierno estatal, al que, por otra parte, se le solicitó una entrevista que no fue concedida.

Selene Vázquez, por ejemplo, califica de ignorante a Gil y pregunta quién se haría cargo de los poderes y quién resolvería el problema que no han podido resolver los michoacanos: “Esta confrontación la sufrimos desde hace años. Aquí decimos que los Calderón nunca nos han perdonado no votar por ellos”.

El regreso de Vallejo se vio marcado, además de la violencia, por el retorno de las marchas. El 30 de octubre, una de normalistas terminó en choque con los policías.

“Estado fallido”, dijo el obispo de Apat­zingán, Miguel Patiño, en una carta pastoral que emitió el pasado 17 de octubre. Un Estado fallido “donde hay ausencia de ley y justicia, provocando inseguridad, miedo, tristeza, ira, desconfianza, rivalidades, indiferencia, muerte y opresión”.

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