miércoles, 20 de noviembre de 2013

Los campesinos que usan AR-15 o Los guardianes del futuro

FUENTE: REVOLUCIÓN 3.0
AUTOR: Silvia Lee y Diego Legrand.

Para el ojo inexperto, los montes de Cherán siguen verdes y frondosos, pero la maleza es engañosa y los jóvenes que patrullan en sus uniformes azules recién adquiridos, estampados con la bandera purépecha en el brazo derecho, todavía recuerdan a los miles de pinos que se desvanecieron cuando los talamontes hicieron suyos los montes de la región. Jesús suda a gruesas gotas mientras sube el monte San Miguel por enésima vez.

Su rostro es ovalado, ligeramente gordo y de tez morena, con un bigote casi recto que cubre su boca estrecha y unos dientes levemente amarillos. Tiene expresiones amables, pero en su rostro se nota la dureza de la gente purépecha. Con una mano sostiene un bastón improvisado a base de una rama que se encontró en el camino, mientras señala con la otra al monte pelón, tal como lo dejaron los talamontes michoacanos.

Jesús tiene 25 años, es jefe de unidad y nunca sabremos su nombre completo por cuestiones de seguridad. A su lado caminan la Gaviota y el Zopilote, quienes también prefieren mantenerse en el anonimato. “En otros pueblos nos tienen ubicados y levantan a cualquier policía comunitario que se atreva a salir de Cherán”, explica Jesús.

Pero, aquí en el monte se encuentran en relativa seguridad desde que lograron correr a los mañosos que operaban en esta parte de la meseta purépecha, en coordinación con las patrullas del Ejército que transitan por el monte. Unos cientos de metros más abajo, Tachiqui persigue a dos intrusos en el monte, fusil AR 15 al hombro. 

Aunado a los gritos ligeramente tensos de la Gaviota recuerdan que, a pesar de todo, los cerros de Cherán siguen siendo un tanto peligrosos para los jóvenes que conforman la ronda comunitaria. “¡Tachiquiii… chaparrooooo!”, resuena entre las escasas veredas y caminos que suben al monte pelado, entre troncos de pinos cortados por “los malos” y pequeñas semillas plantadas por la gente del pueblo, en espera de que crezcan árboles nuevos dentro de 30 o 40 años. Por fin aparece Tachiqui, jadeante en su uniforme azul oscuro, un poco sucio por la tierra del camino. “No te alejes tanto” le reclama Jesús.

En total, se estima que los bandidos talaron aproximadamente 20 de las 27 mil hectáreas de bosque con las que contaba Cherán en poco menos de tres años. Con esa madera, de pinos centenarios, podrían llenarse 20 mil estadios aztecas. En algunas versiones se ha mencionado también que la tala de pinos en la meseta purépecha fue un primer paso para permitir la siembra de aguacates, aunque también se habla de marihuana, en el monte. El aguacate de Michoacán representa el 87 por ciento del total del mercado mexicano, que a su vez es el primer exportador del mundo, sin embargo, en Cherán no se han visto campos de aguacate, explica Jesús. Siempre había sido permitido cortar madera en Cherán, platican estos nuevos guardianes de la montaña: “Antes uno iba y cortaba un pino para su cocina.

Pero, la cosa consistía en usar solamente lo necesario y dejar que el bosque se regenere constantemente. Cuando empezó la explotación masiva, valió madre todo; esa gente no tiene respeto por la tierra”. Para algunos, el narcotraficante conocido como el Güero Cuitláhuac fue el que trajo la tala masiva a la meseta purépecha, y junto con ella la violencia. Pero, los policías no hablarán de este tema. “Ya falleció el Güero”, precisa uno de ellos, “no vale la pena recordarlo”. El Chaparro es joven aún, no debe tener más de 21 años, unos ojos pequeños y maliciosos replegados detrás de la máscara que cubre su rostro, una alegría que contrasta con las pocas palabras que salen de su boca tapada. A pesar del matiz oscuro que los soles constantes de las montañas dan a las pieles de los nativos, el Chaparro no tiene facciones indígenas tan marcadas como las de sus compañeros, quizá no sea parte de los 14 mil 225 habitantes de descendencia indígena de la población total de los 15 mil 734 habitantes de Cherán, en su gran mayoría purépechas.

EN EL ORIGEN, LAS MUJERES

Después de que las mujeres se enfrentaran a los malandros, –en esta región de Michoacán nunca se nombra a los narcotraficantes por sus nombres- fueron los jóvenes los que tomaron el relevo de las operaciones para defender al pueblo del acoso de los Caballeros templarios. En realidad, nunca hubo enfrentamientos directos en el pueblo, más allá de la captura de cinco talamontes en una iglesia del pueblo el 15 de abril, pero en las montañas la cosa fue distinta. Tras haber asegurado los accesos del pueblo con barricadas y fogatas, los comuneros fueron formando brigadas de diez a 30 personas para subir al monte, armados de machetes, piedras, y uno que otro rifle de asalto que nunca faltan en los pueblos de la región. “Pero, principalmente iban armados con lámparas y mucho valor”, reconoce el coordinador de esta patrulla comunitaria.

Mientras los vehículos seguían en manos de la policía municipal, la gente del pueblo tuvo que subir a pie para impedir la tala de los árboles que cubrían a algunos de los montes que envuelven al valle sagrado de Cherán, en el corazón de la meseta Purépecha. Durante estas excursiones murieron varias personas, dos de ellas a escasos metros del baldío en el que se encuentran Jesús y sus compañeros, justo antes de dar media vuelta de regreso a la comunidad. Los que fallecieron tenían entre 38 y 50 años, de acuerdo con Chucho, una edad avanzada para los guardianes comunales de la zona. Esto sucedió el 18 de abril de 2012. Posteriormente, el 8 de junio, los cadáveres de los comuneros Urbano Macías Rafael y Guadalupe Gerónimo Velázquez aparecieron en la zona boscosa de Zacapu, a 30 kilómetros del pueblo. En total, se habla de 15 personas fallecidas por agresiones en Cherán, desde 2008.

AQUÍ ES CHERÁN

De vuelta a la caseta, Jesús nos enseña la fotografía que marca el alto en la entrada de Zamora que da acceso al pueblo de Cherán, frente a la Escuela Normal cuyos disturbios aparecieron en todos los periódicos durante las últimas semanas de octubre. “Aquí estoy de espalda, con varios compas con los que subíamos para arriba, para espantar a los malos”, comenta. “Casi todos éramos jóvenes y la verdad es que teníamos un buen de miedo, pero alguien tenía que hacerlo, había que defender a nuestra comunidad”. A lo lejos se vislumbran los caminos que suben al monte, son pequeños senderos lodosos, formados por el paso forzoso de vehículos cualesquiera que buscaban jalar los troncos de los pinos arrancados a la tierra purépecha con un sistema de cuerdas atadas a los carros. En estas veredas, el olor a tierra quemada ya casi desapareció, y fue remplazado por el perfume de los encinos, pinos y fresnos más jóvenes que se lograron mantener de pie pese al paso de los talamontes. A pesar del ligero rocío húmedo que envuelve a los restos del bosque, el aire es bastante caliente en la ciénaga formada por los caminos surcados, que marcan el paso de los policías comunitarios más jóvenes de este país. “Yo preferiría estar con mi familia y poder enfiestar como mis cuates”, concede Tachiqui. “Pero qué le vamos a hacer, nos tocó salir a defender el pueblo porque si no éramos nosotros, nadie lo iba a hacer. Así que salgo fusil en mano, y voy a plantar semillitas en el monte todo pelado. Nosotros ya no estaremos cuando salgan estos pinos, pero esperamos que las siguientes generaciones lo disfruten. Estas tierras son prestadas, uno solo está de paso”.

LAS BARRICADAS

Las primeras barricadas en los accesos a Cherán estaban conformadas por costales de arena, algunos troncos, muchas piedras y fogatas donde los comuneros revisaban minuciosamente tanto a los que entraban como a los que salían de la cabecera municipal. A dos años de esto, los vestigios de las 197 barricadas que ocuparon cada una de las esquinas del pueblo se convirtieron en pequeñas casetas de obra negra en las afueras de la ciudad. Al llegar a la caseta, como se llaman ahora las antiguas barricadas, la Gaviota se sienta a descansar un momento, la subida al monte es más de lo que su cuerpo puede soportar. Ella entró hace apenas dos meses a la policía comunitaria. Lo hizo porque no tenía trabajo y en la comunitaria ya empezaban a pagar.

Tiene apenas 21 años y dos hijas, una niña de seis años y otra de cuatro. Sus hijas saben que es policía, aunque la Gaviota no sabe si se sienten orgullosas o preocupadas por ella. “Sólo me dicen que está bien”. Es una de las cinco mujeres que integran el equipo policiaco en Cherán. Como comparación, en el Distrito Federal existen poco más de 11 mil mujeres en la plantilla de la SSPDF, sobre los 28 mil elementos policiacos que componen la nómina policiaca de la capital. “Al principio-cuenta-no fue fácil”. Fue blanco de los prejuicios que se tienen tan arraigados en algunas partes del país: pertenecer a la policía es exclusivo para los hombres. Recibió insultos de algunas personas cercanas que veían con malicia que ella anduviera patrullando con puros hombres. “No es fácil, me decían que era una puta…Pero, esto no tiene nada que ver. Si tú te das a respetar, no tiene por qué ser así”.

El entrenamiento que han recibido los policías es escaso por no decir nulo y en el caso de la Gaviota, ella aún no sabe cómo disparar el arma que cargó durante el trayecto en el hombro, atada por una fina correa. Sólo sabe cómo cargar su rifle. Desconoce cómo disparar y atinarle al blanco. Desde que ingresó, no ha recibido ni una sola clase de acondicionamiento físico. Cuenta que los policías reciben todos los días un entrenamiento en el monte, pero que desde hace dos meses, cuando ella entró, no se ha vuelto a dar esa clase de autodefensa. Al principio, se dice, fue uno de los pobladores de Cherán, un ex militar el que a regañadientes aceptó enseñar lecciones básicas de protección personal a sus compañeros.

Pero ahora, después de la visita de las policías comunitarias de Guerrero y de la Policía Federal, deberían tener entrenamientos regulares como cualquier policía del país, se supone. La Gaviota, Tachiqui, Jesús y el Zopilote se vuelven a subir a la pick up para volver a la comandancia, después del rondín que los desgastó en el monte. Uno de los nuevos policías que va sentado junto a la Gaviota, Jorge, de veinte años, confiesa que vivió algunos años en Estados Unidos. Se fue de mojado cuando apenas tenía 14 años. Su familia le consiguió papeles falsos para que probara el sobrevalorado sueño americano. Le gustaba vivir allá, aunque no hablara con soltura el idioma. Le pagaban bien, dice. “Mejor que en México, sí”. De hecho, de acuerdo con el Gobierno del Estado de Michoacán, en promedio, cada año emigran 165 mil personas de este estado hacia Estados Unidos. Regresó al país hace dos años, justo cuando se enteró de lo que acontecía en su pueblo natal. “Si mi gente se estaba defendiendo, yo tenía que venir a ver en qué podía ayudar”, expresa alegremente, como si hablara de cualquier formalidad.

Algunos de los policías cuentan que la migración en Cherán ha bajado, que muchos se han quedado porque al expulsar al gobierno de ahí, se sienten más seguros y tienen mejores condiciones de vida. Otros dicen que la migración sigue igual o peor, que el sueño americano sigue vendiendo ilusiones, y que la gente que tuvo miedo de lo que sucedía en el pueblo prefirió refugiarse en Carolina del Norte, Dakota o Missouri, donde se encuentra la mayoría de los migrantes de la región. Cuando la camioneta llega al centro, los habitantes voltean para ver pasar a los policías comunitarios. Algunos niños saludan alegremente a la ronda, mientras los ancianos agachan la cabeza en signo de aprobación. Sin embargo, algunos de ellos han sido arrestados por no seguir la norma que establece que no se puede tomar después de las nueve de la noche en la vía pública. Cuando un civil es arrestado, recibe un castigo de 12 horas en el separo que está a las afueras de la ciudad. En cambio, cuando es un policía el que es cachado in fraganti, debe pasar 24 horas en la pequeña cárcel comunitaria. Entre risas, confiesan que algunos de sus amigos les dicen que son unos chismosos cuando andan arrestando borrachos en la calle. Y más se ríen cuando aceptan haber sido detenidos varias veces por tomar en la vía pública. “Pero nunca en horarios de trabajo, nunca en la barricada”, afirma orgullosamente Jesús.

LA COMANDANCIA

La comandancia de policía es un lugar gris, como fuera del tiempo. Encerrados en menos de 15 metros cuadrados, dos policías matan el tiempo como pueden en este recinto de soledad, en donde una pequeña ventana situada a un lado de la puerta principal es la única entrada de luz, en tanto que las otras tres paredes son de concreto deslavado. En la parte delantera de la sala, unas cuantas cajas se empilan en medio de materiales de audio que parecen llevar años sin usar.

En medio de la sala, un pequeño escritorio vetusto hace juego con dos bancas empolvadas, distribuidas en ele a su alrededor, como en cualquier ministerio público de la República. En el escritorio reposa un radio de ondas cortas relativamente moderno y en la pared, uno más, desgastado que lleva meses sin usar. “Ese era de la policía municipal”, explica Juan. Sentado en una silla de ruedas situada detrás del escritorio central, Juan viste una sudadera azul sin insignia aparente. Apenas tiene 18 años.

A primera vista, parece que el hijo de alguien se quedó de guardia en este turno de la policía comunitaria. Sus ojos risueños y su cara delgada, definida en uve con un bigote incipiente traicionan su juventud, y su sonrisa franca contrasta con la solemnidad de los policías comunitarios michoacanos. A su lado está Ricardo, un poco más grande, pero que no llega a los 20 años tampoco. La piel de Ricardo es ligeramente más oscura que la de su compañero y su uniforme le da un aire de autoridad, aunque al poco rato, su solemnidad deja paso a una franca risa que rompe la monotonía del lugar. El eco de su voz rompe un poco el aburrimiento de la comandancia, es una nota de color en un mundo de claroscuros. Ricardo está terminando la secundaria en el sistema abierto local. “Cuando puedo voy a clase, aquí tenemos turnos de 12 horas así que no puedo estudiar a diario. Si no tengo nada que hacer voy el lunes; y si no, voy el martes y así, la verdad es que no me gusta estudiar pero es un requisito para estar acá. Así que voy a terminar la secundaria”, explica sentado en una silla, al lado de Juan que juega con su pluma mientras terminan las presentaciones. “A mí lo que me gusta es arrestar borrachos -exclama Juan-, en eso consiste la mayor parte del trabajo comunitario de estas semanas”, precisa.

El policía más joven de la institución relata que no participó en los inicios de las revueltas de Cherán K´eri. “Bueno, estuve en las fogatas como todos, pero no en la policía comunitaria. Tuve que insistirles un buen para que me dejaran entrar, no querían aceptarme porque era menor de edad. Pero, insistí tanto, que al final me dieron chance de entrar a apoyarlos y ahora aquí trabajo, y arresto borrachos”, ríe más que cuenta.

EL PALACIO MUNICIPAL

En la carretera que lleva a la entrada F1 del pueblo, la casa de cultura del pueblo luce iluminada como el edificio más ostentoso. Ese era el palacio municipal, cuenta un fotógrafo purépecha de la zona. Allí sesionaba el antiguo alcalde porque nadie lo quería; ahora, la comandancia se encuentra en el palacio municipal, en el centro de la comunidad.

“De hecho, esas eran las instalaciones de la policía municipal”, precisará el jefe de la unidad en la que laboran Juan y Ricardo, una vez que entre en la oficina comunitaria con su equipo, e interrumpa las risas y la música de banda que toca en el mini DVD de Ricardo, que parece ser la única pieza de tecnología de la que dispone la nueva comandancia de policía. “Los viejos policías municipales estaban a favor de los talamontes, los protegían e incluso los fueron a rescatar cuando los encerramos en la capilla”, detalla el jefe de patrulla. “Eso fue lo que más nos dolió, también por eso decidimos regresar la comandancia al centro del pueblo, es un signo de que estamos cerca de la gente, somos parte de la comunidad”. Roberto Bautista Chepina fue el alcalde acusado de corrupción y colusión con los narcotraficantes de la región, quien mandó a traer policías de afuera para vigilar el pueblo hasta que perdió las siguientes elecciones.

Entonces, los habitantes de la comunidad decidieron expulsar a los partidos políticos así como a los policías municipales e instaurar su propio sistema de justicia comunitaria. En virtud de los convenios 169 de la Organización Internacional del Trabajo, de los Acuerdos San Andrés Larráinzar firmados el 19 de febrero de 1996 por el gobierno mexicano y de la reforma del artículo 2 de la Constitución mexicana, Cherán decretó el régimen de usos y costumbres tradicionales para definir su sistema de justicia, con un consejo mayor compuesto por 12 K´eris Janaskaticha, y una serie de consejos operativos de Justicia y Procuración Social, Consejo de Barrios, Comisión del Agua, Radio Comunitaria, Consejo de Desarrollo Social y Consejo de Asuntos Civiles, entre otras.

AQUELLA VIEJA CASA DE PIEDRA

Para viajar con la ronda comunitaria se necesita un permiso atribuido por la Coordinación de Procuración y Justicia, instalada en el piso superior del palacio municipal. En el fondo del último pasillo de la vieja casa de piedra en la que se toman las decisiones cotidianas del pueblo, un pequeño cuarto vacío como casi todas las piezas del palacio, sirve de antesala al solemne recinto en el que se recibe a los visitantes que quieren acompañar a la ronda comunitaria en sus rondines diarios. Aquí todo el mundo tantea y hace de todo un poco. Aunque a varios meses de la revuelta del 15 de abril se han ido afianzando los puestos de poder en función de las capacidades de cada uno, muy pocas personas son profesionales en este recinto. Pero el pueblo no parece vivir una situación muy diferente de la que sufren las comunidades aledañas de Urapicho, Nurio o Paracho entre otras.

De hecho, de acuerdo con Elizabeth Romero, una mujer que viaja en el camión que proviene de la central de Uruapan, las condiciones de vida han mejorado en Cherán desde que se decretó el autogobierno. “Hubo unos meses muy duros en los que vivimos del apoyo de otras comunidades, pero por lo menos hoy podemos salir a la calle sin miedo, convivir a gusto, sin tener que escondernos en nuestras casas, y podemos reclamar a la autoridad cuando no estamos de acuerdo con alguna de las decisiones. Para eso hay asambleas”, afirma esta señora de edad avanzada. Lo mismo dirá la mayoría de los vecinos entrevistados posteriormente. Aunque es difícil encontrar a alguien que no concuerde con esta postura en el pueblo, algunos miembros de los partidos políticos concederán su desacuerdo con esta política autonomista, aunque lo harán bajo cubierta de anonimato. Una vez adquirido el permiso de la Coordinación de Procuración de Justicia, subirse a una patrulla comunitaria es una mera formalidad. La jerarquía diaria está establecida, las órdenes provienen del palacio municipal y son cumplidas por los policías comunitarios sin mayor objeción. “’Gobernar obedeciendo’ parece ser el nuevo lema del sistema de justicia de la meseta purépecha”, aunque la práctica diaria revelará unas pequeñas diferencias entre los policías comunitarias y sus superiores jerárquicos del Consejo mayor.

EL RONDÍN DE NOCHE

Son las nueve de la noche y los policías ya están listos para salir a hacer el rondín correspondiente. Se suben en la parte trasera de una de las camionetas que le fueron confiscadas a la antigua policía municipal. Lo mismo que en la patrulla de día, todos los policías de esta unidad son jóvenes, ninguno pasa de los 22 años. Algunos van sentados en la parte trasera de la pick up, hablando del frío de la noche. Tranquilos, acomodados en la caja de la troca, cuentan cómo hace dos años se turnaban en las barricadas ahora ya inexistentes.

Había una barricada en cada esquina, con familias enteras, incluyendo a niños, que pasaban la noche en vela para proteger a su ciudad. Después, cuando la necesidad apremió, se buscaron voluntarios que quisieran formar parte de la nueva policía comunitaria que se empezaba a gestar. Ahora, muchos de los habitantes despotrican en contra de algunos de los integrantes de la policía comunitaria, acusándolos de borrachos y drogadictos, “pero cuando todo esto empezó, a nadie le importó que fueran ellos los que sacaran el pecho y se lanzaran al monte”, sentencia uno de los policías.

En esta unidad policiaca hay un denominador. Las familias de sus integrantes se preocupan mucho por la labor que desempeñan. Al principio, varias madres se mostraban reacias a la idea de que sus hijos, algunos de los cuales no habían siquiera cumplido la mayoría de edad, salieran con sus AR-15 al hombro a patrullar por la ciudad, a reforzar las barricadas o simplemente a cubrir un turno en la comandancia. “Siempre me dicen que me cuide cuando salgo de la casa. Se preocupan mucho por mí, pero saben que lo hago por proteger a mi ciudad, pero igual se preocupan”, cuenta Rafael con un destello de seguridad en la mirada. El rondín que circula por el interior de Cherán terminó y ahora la camioneta se aventura a la carretera, donde parece que todavía existe el peligro de ser un blanco fácil para los ataques de los malos. La conversación ha llegado a su fin. Los policías ya no están en la zona de confort de su pueblo, así que se paran y se disponen en posición de tiro, al interior de la pequeña camioneta. Arrodillan una pierna y apuntan a la noche con el arma, como queriendo matar al vacío.

Se muestran precavidos, tensos. Se cubren los rostros y vuelven a acomodar sus armas. La carretera está desierta, sólo el intenso frío de la meseta purépecha les hace compañía. En cualquier parte entre la maleza puede estar algún atacante oculto, no serían los primeros en ser blanco de una emboscada. Unos meses antes, Jesús emprendió la persecución de unos asaltantes en la entrada del pueblo. Cuando una familia llegó a la barricada en lágrimas, acusando a dos camionetas de haberlas perseguido para despojarlas de sus bienes, Chucho no lo pensó dos veces, cogió su arma, su unidad y se lanzó hacia el punto de encuentro con los presuntos asaltantes. A unos kilómetros del pueblo, varios sujetos asentados en dos camionetas, una Toyota y otra cuya marca no recuerda, abrieron fuego en contra de los policías comunitarios. El vidrio del lado de Chucho explotó. Tras comprobar que no estaba muerto, el jefe de la unidad devolvió el fuego, ahuyentando a los ladrones que no ha vuelta a Cherán desde entonces “Los habría perseguido más tiempo pero mis hombres eran muy jóvenes y se ciscaron cuando empezaron los disparos, sólo yo y el conductor, que sacó su escuadra por el vidrio mientras conducía, nos atrevimos a dispararles”, recuerda Jesús, con un orgullo poco disimulado.

En la segunda salida del pueblo, la camioneta se detiene abruptamente, alguien escuchó un ruido entre los árboles que cubren la fachada más cercana del monte, todos se bajan a revisar. El miedo ya quedó atrás. Prenden sus lámparas y se adentran en la arboleda. La atmósfera se convierte en un silencio expectante. Los policías ya se alejaron de la camioneta y sólo se distinguen por las luces que proyectan sus lámparas. Falsa alarma. El trayecto en la carretera desierta continúa. Ya casi es hora de volver, así que la tranquilidad regresa y los policías vuelven a retomar la conversación, justo en donde la dejaron, sentados en la parte trasera de la pick up y con el rostro en calma.

En el recorrido de regreso a la comandancia la pregunta inevitable aparece: ¿Cuánto gana un policía comunitario de Cherán? Juan, como la mayoría de los policías, se dedicaba a la construcción antes de entrar en la comunitaria, algunos eran campesinos, pero la mayoría eran albañiles, o ayudantes de albañiles. Cuando la ronda se empezó a formar, no dudó ni un momento y decidió dejar su trabajo para servir a la comunidad. Sabía que pasaría un largo tiempo antes de cobrar algún honorario, si es que ese día llegaba. Como albañil en Cherán, se ganan aproximadamente mil 200 pesos semanales; es decir, cuatro mil 800 pesos al mes, casi el doble de los dos mil 600 pesos mensuales que recibe la ronda comunitaria; pero el salario es lo de menos.

El jefe de la unidad, Jesús, afirmará más tarde que los pueblos vecinos se solidarizaron con la policía al ver lo que acontecía en Cherán y frecuentemente les mandaron comida para ellos y sus familias. “Nos mandaban frijoles, pero nunca nos faltó comida”, concluye. Hemos regresado al centro de Cherán. Los policías regresan a la comandancia por unos minutos, para volver a salir a hacer otro rondín. Sólo faltan seis horas para que terminen su turno.

LAS CASETAS

De regreso a la caseta que oficia de entrada al pueblo de Cherán, el ambiente es frío como el aire de la montaña. Los mismos policías que se ríen durante el día, y aprovechan cualquier ocasión para platicar en cuanto agarran un poco de confianza, lucen serios y desconfiados a estas horas de la noche. Aunque el asedio del pueblo ya no parece una prioridad inmediata, la tensión es permanente en la meseta purépecha a altas horas de la noche. El cansancio que aqueja a los policías, quienes ya llevan la mitad de sus doce horas de guardia es otro elemento, y el pequeño fuego que los alumbra, lejana reminiscencia de una fogata que bloqueó la entrada del pueblo, es el único lugar de convivencia permitido a estas horas. El tráfico es continuo aunque baja entre 2 y 4 de la mañana, pero nunca falta un vehículo que entre y saque a los uniformados comunitarios del estupor en el que los mantiene el frío que permea sus uniformes, y los fuerza a moverse permanentemente para no quedar entumecidos.

Al cabo de un largo silencio incómodo, el jefe de la unidad rompe el silencio. “En cuanto terminó su periodo el alcalde, en 2010, los corrimos con todo y sus policías y retomamos el equipo que se supone, les habían dado para proteger al pueblo” relata, “Ahora estamos firmando acuerdos con el gobierno federal para que nos capaciten y podamos establecer una policía con los debidos permisos nacionales, aunque queremos que sea comunitaria”.

Para el gobierno de Michoacán, la policía municipal de Cherán tiene absoluto reconocimiento como cualquier policía municipal del estado. Lo único que cambió, explica el responsable del enlace con la secretaría de Gobernación, Isaudro Gutiérrez, fue que sus habitantes decidieron elegir sus gobernantes en función de un sistema de usos y costumbres, acto que fue respaldado por una decisión de Justica. El caso de Urapicho fue un poco diferente ya que por cuestiones de seguridad, sus habitantes exigieron incorporar elementos de su localidad a la policía municipal de Paracho, de la que dependen. Pero Cherán es cabecera municipal y tiene una policía municipal como cualquier otra, que puede, como todas, acudir a los servicios de capacitación de la policía estatal, detalla el funcionario.

De la misma forma, las bases de operaciones mixtas que operan en la zona, con elementos del Ejército y de la policía federal, trabajan en coordinación con la policía municipal, no existe ninguna relación de subordinación, sino de coordinación, precisa Isaudro Gutiérrez. Para la población de Cherán, la apelación de policía comunitaria es fundamental, aunque admiten ajustarse a las normas estatales de policía, y la coordinación es clara, la comunidad depende de la policía local, en tanto que los montes son vigilados por el Ejército. “No le tenemos confianza a la policía,-precisa uno de los policías comunitarios en facción delante de la comandancia-al único al que llamamos porque confiamos es el Ejército”.

Aunque el Séptimo Batallón de Infantería, en facción en el cuartel militar IV de Zamora, responsable de la zona no contestó a las llamadas, algunos militares con presencia en la zona, adscritos a la Comandante de la 21/a. Zona Militar, reconocieron la necesidad de su presencia en el lugar y su coordinación con la población de Cherán. “Nosotros venimos para apoyarlos, no para remplazarlos, aquí sí hay policía municipal, sólo necesitan apoyo en el monte para combatir a los grupos armados que operan”, reconocerá un soldado durante su descanso, en una zona cercana a Uruapan. De acuerdo con informes de la Fiscalía mexicana, la consultora estadounidense Stratford y la agencia antidrogas de Estados Unidos (DEA), esos “grupos que operan” y se confrontan en la zona son los cárteles de los Caballeros Templarios, la Familia Michoacana y en ocasiones, incursiones armadas de los Zetas.

“Sólo la gente de la comunidad puede proteger a los de su propio pueblo”, nos dirá en otra ocasión ese mismo jefe de unidad, alto, de piel morena y aire grave que suele aparecer en los videos realizados sobre Cherán. “Nosotros estamos dispuestos a dejar la vida para defender a nuestra gente y dar un futuro a nuestros hijos, pero entiendo que otra gente no quiera hacerlo; ni si quiera sé si lo haríamos con el mismo entusiasmo para otros pueblos”, asesta. “Cada quien tiene que defender lo suyo”, explica mientras mira de reojo el trabajo que hacen sus compañeros y dicta una que otra orden para que revisen las camionetas 21, clave para las personas sospechosas que se acercan. Sobre 57 integrantes de la policía comunitaria evaluados por el Centro Estatal de Control y Evaluación de Confianza en abril de 2012, sólo una decena aprobó el examen, informó la directora de la dependencia, Sara Vega Barreto. “No tendrán el ideal de plantilla que ellos quisieran, pero por lo menos ya tienen policía” expresó la funcionaria en conferencia de prensa. De los 267 mil elementos de policía que hicieron el examen de confianza en todo México durante 2012, más de 38 mil fueron reprobados, sobre todo municipales y estatales, alrededor de 16 mil elementos reprobados para cada corporación. De acuerdo con el Sistema Nacional de Seguridad Pública, en 2011, 92 por ciento de los policías estatales no había sido sometido a controles de confianza y sólo 11 por ciento había recibido capacitación. En comparación, no luce tan desesperada la situación de Cherán.

Por el momento, las calles de Cherán lucen seguras, aún vigiladas por los elementos policiacos más jóvenes del país, pero cabe mencionar que la ronda comunitaria es un sistema extremadamente vigilado por el consejo de los Keri´s, así como por la población en general que sigue muy de cerca la evolución de su policía comunitaria. De hecho, el experimento ha impactado tanto a la región que se ha empezado a plantear la posibilidad de una ronda comunitaria que integre a otros pueblos de la región, aunque el gobierno estatal dice desconocer dicha situación y que la policía comunitaria rechaza cualquier pregunta al respecto, entre los pobladores la discusión parece relativamente viva y sobre el pueblo flotan rumores y un ligero soplo de libertad comunitario. “Si hay policías comunitarios coordinados en toda la región, entonces ya no tendremos miedo de salir”, nos contará en voz baja, como murmurando, uno de los policías encargados de la ronda nocturna.

“Hay disensiones en el pueblo”, explica el uniformado de más alto rango, situado en la barricada F2 del pueblo. “Algunos quieren que trabajemos como las policías comunitarias de otros lugares, con cargos rotativos y sin salario. Pero por el momento sería muy complicado establecer este sistema porque aquí en el pueblo, tenemos gente de los partidos políticos y de otros grupos que están en contra de la policía comunitaria, o que están con los propios malandros, y no podemos permitir que ellos accedan a la ronda comunitaria”. La mayoría de los policías más jóvenes parece estar de acuerdo con esta visión, aunque algunos de los mayores previenen: últimamente, varias personas se han empezado a interesar en entrar a la institución por el salario que se ofrece, que aunque es más bajo que el de los albañiles, es más seguro y regular también, eso es peligroso. Con el dinero vienen los intereses y la corrupción, en este trabajo debe importar más que nada el amor al pueblo, a la comunidad. El que esté aquí por el dinero está muy equivocado.

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