viernes, 1 de noviembre de 2013

Lejos de su padre, hijos de Patishtán germinaron semilla de la lucha social

FUENTE: LA JORNADA.
AUTOR: BLANCHE PETRICH.

La enmienda al Código Penal podría ser la llave para liberar a miles de presuntos culpables presos.

Génesis estuvo presente, envuelta en el rebozo de su madre Gabriela Patishtán, cuando su abuelo, el maestro Alberto, firmó el indulto presidencial que le entregaron los enviados del gobierno federal, con esa tranquilidad con la que, al parecer, emprende todo lo que hace. Niña de brazos, no lo sabe aún pero la chiquita fue testigo de un momento histórico, de la aplicación de una ley –se conocerá, probablemente, como ley Patishtán– que lleva su apellido materno y podría ser la llave para abrir las celdas y sacar de prisión a muchos de los miles de presuntos culpables que purgan sentencias injustas en las cárceles del país, víctimas del fallido sistema de justicia mexicano.

A pesar de sus pocos meses de edad, la bebé aguantó la tumultuosa bienvenida que le dieron al preso político recién liberado en lo que ahora se llama la Casa de la Solidaridad, sede de Servicios y Asesoría para la Paz (Serapaz). Y hasta escuchó el discurso de su madre, durante la conferencia de prensa y festejo que se realizó en primeras horas de la tarde, como primer acto público después de la liberación formal del profesor tzotzil de la comunidad El Bosque, Chiapas, que pasó injustamente 13 años en prisión.

Me tocó empezar a luchar desde los nueve años, cuando se lo llevaron preso (19 de julio de 2000). Quizá yo no pueda recuperar esos 13 años que necesité a mi papá y no lo tuve, pero hoy mi hija va a disfrutar de su abuelo, dijo Gabriela. El profe Patishtán sobó la cabecita de la criatura.

Luego habló Héctor, que tenía cuatro años cuando fue separado de su padre y que, junto con su hermana, fueron los últimos años el rostro de un amplio movimiento de organismos humanitarios que consiguió, luego de incontables comunicados, marchas, protestas y mantas, el acto de justicia que se vivió ayer. Ahora podré regresar a mi pueblo, pero no sólo junto a mi papá sino, sobre todo, junto a un luchador.

Niños a los que en 2000 les arrancaron al padre, fueron las bajas colaterales de un acto de represión con el que un presidente municipal, Manuel Gómez, de una remota comunidad en los Altos de Chiapas, quiso callar las voces críticas que denunciaban sus corruptelas y arbitrariedades. Ayer estaba ahí la familia quebrada, reunida finalmente, Héctor, de 17 años, y Gabriela, ya madre, de 22.

De ellos, diría Patishtán: No los vi crecer, pero algo agarraron de esa semilla que yo tenía, esa semilla de lucha que al parecer les escondieron a estos jóvenes que tengo a mi lado; pero ellos supieron germinarla y aquí los frutos los estamos viendo todos.

A un lado de la tarima, desde una gran fotografía, miraba otro testigo, el obispo de San Cristóbal de las Casas, Samuel Ruiz, quien en 2010, un año antes de morir, fue a visitarlo en la prisión para entregarle la distinción que le hiciera su comunidad como canan lum, guía y cuidador de su pueblo.

Terminaba la conferencia de prensa. Empezaba a sonar la marimba. Y Génesis, ya feliz y con el pañal limpio, iba de abrazo en abrazo, como símbolo del inicio de una nueva vida en libertad.

Como telón de fondo de la fiesta, las veladoras de una ofrenda alumbraba las sonrisas de tres obispos que en vida despacharon en las oficinas de la Casa de la Solidaridad y ayer hubieran disfrutado enormemente: los prelados Sergio Méndez Arceo, Óscar Arnulfo Romero y Samuel Ruiz.

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