martes, 14 de mayo de 2013

La trampa del miedo: ¿síntoma de un estado fallido?

FUENTE: REVOLUCIÓN 3.0
AUTOR: Ivonne Acuña Murillo.

Son las 7:45 de la noche, la pesera está a punto de salir, se encuentra exactamente en la punta del paradero, han subido ya un hombre en la parte delantera junto al chofer y atrás tres hombres y dos mujeres, hacia la puerta se dirigen tres hombres más, quienes a indicación de uno de ellos dejan subir primero, con aparente cortesía, al cuarto hombre, en cuanto éste se acomoda ingresan al vehículo dos de los tres hombres, mientras el tercero se ubica en la puerta y desde abajo bloquea todo ingreso o descenso de personas.

El primero en subir intimida a la menor de las mujeres y la obliga a darle el iPod que llevaba en la mano, después forcejea con el hombre que estaba sentado en el asiento ubicado de manera transversal junto a la joven y después de golpearlo en la cara le arrebata el teléfono celular; mientras tanto, el segundo ladrón asalta al hombre que estaba en la misma banca que la joven cerca de la puerta, le quita cartera y teléfono; en tanto el que cuida la entrada arrebata su celular al hombre sentado en un costado también cerca de la puerta, al que “amablemente” cedieron el paso. Se retiran sin robar nada al pasajero sentado adelante ni al chofer, tal vez porque era incómodo y suponía más tiempo del planeado en un asalto “exprés”; tampoco asaltan a la segunda mujer situada al fondo frente a ellos aunque si despojaron al que se encontraba de su lado derecho; una vez que los ladrones han bajado de la unidad, ella misma grita al chofer que cierre la puerta y salga del paradero.

Pasada la sorpresa, el pasajero que fue golpeado en la cara comenta que van dos veces en una semana que es víctima de un asalto en esa misma ruta, sólo que la vez anterior, a diferencia de ésta, los asaltantes iban pistola en mano. La pasajera que no fue asaltada afirmó que en ese mismo paradero le habían quitado a su hijo dos veces el celular, primero un tipo solitario armado con un cuchillo, quien metió medio cuerpo al vehículo para picarle la pierna y después intentar con el cuello y arrebatarle el aparato de comunicación; la segunda, cuando iba caminando hacia la pesera, tres tipos lo inmovilizaron poniéndole el cuchillo en la garganta para quitarle cartera y teléfono.

Después de éstos y otros recuentos el pasajero al que arrebataron cartera y celular propuso ir al Ministerio Público a levantar un acta a lo que todos contestaron que no valía la pena ir a perder el tiempo y agregar más papeles a los cientos de denuncias que la autoridad, inepta o corrupta, no atendía, convicción muy difundida entre la ciudadanía de todo el país. Se comentó sobre la posibilidad de cambiar de ruta, a lo que otro de ellos contestó que tampoco eso tenía sentido, pues volverían a la misma una vez que los hubieran asaltado también en la otra.

La mujer no asaltada afirmó que era raro que los choferes no hicieran nada, o tenían miedo o estaban de acuerdo con los asaltantes. Ante su afirmación, la persona asaltada por segunda ocasión relató que a un amigo lo habían atracado una vez que el chofer se desvió de la ruta tres cuadras para dejar subir a tres hombres. Ante la acusación, el chofer afirmó que era molesto que se le considerara sospechoso cuando él también podía estar amenazado y que al igual que los pasajeros tenía un hijo por quien velar.

Al otro día, la persona encargada de recibir las quejas en esa ruta afirmó que unos minutos antes del evento habían asaltado a otra combi en el mismo sitio, que esto ocurría con frecuencia sin importar la hora o el día, que el lugar era “favorito” de los asaltantes pues la ruta se dirigía a una zona de clase media alta por lo que los pasajeros traían “buenos” celulares. Sostuvo asimismo que los operadores eran intimidados por los ladrones, incluso por los policías situados a unos metros de dicho paradero, si ellos o los usuarios se atrevían a denunciar los atracos. Ante esta situación, los permisionarios se organizaron pidiendo a las autoridades su intervención sin que hasta el momento les hayan dado una respuesta positiva.

El evento relatado ocurrió el 25 de abril en la estación del Metro Cuatro Caminos (Toreo), esta terminal se encuentra ya en el Estado de México y de alguna manera se ha convertido en “tierra de nadie”, toda vez que la vigilancia que brinda el Sistema de Transporte Colectivo Metro sólo opera adentro de las instalaciones y afuera las autoridades estatales brillan por su ausencia.

De acuerdo con Odilón López Nava, delegado de la Cámara Nacional del Autotransporte de Pasaje y Turismo, en declaración publicada el 29 de abril (4 días después del atraco relatado), en el Estado de México el 60 por ciento de los delitos ocurridos a bordo del transporte público no son denunciados y sólo se reciben 2 quejas por día. Sostuvo además que: “Son los estudiantes las principales víctimas de los delincuentes a quienes roban computadoras portátiles, celulares, entre otros aditamentos”.

Ante eventos como éste, mismos que llevan sucediéndose por lo menos 15 años con un aumento en la frecuencia y agresividad de los atracadores, cabe preguntarse por las razones que provocan la recurrencia de este tipo de delitos ante la mirada cómplice o por lo menos pasiva de las autoridades municipales, estatales y federales.

Se antojan dos hipótesis: la primera, el Estado, en sus diferentes niveles se ha visto rebasado y es incapaz de brindar a la población la seguridad física y patrimonial que le da razón de ser, por lo que efectivamente puede ser catalogado como un “estado fallido”; la segunda, dejar a las personas en condición de indefensión -entendida ésta como una condición psicológica en la que un sujeto aprende a creer que está indefenso, que no tiene ningún control sobre la situación en la que se encuentra y que cualquier cosa que haga es inútil, por lo que permanece pasivo incluso cuando dispone de la posibilidad real de cambiar estas circunstancias - brinda a quien gobierna la posibilidad de mantener bajo control a una población temerosa, intimidada por pequeños y grandes delincuentes y por funcionarios y policías corruptos, preocupada por no sucumbir ante el embate de la violencia desbordada.

De manera paradójica, cuando la gente logra sobreponerse a ese estado de indefensión y busca maneras de defenderse a sí misma, como los llamados grupos de autodefensa o policías comunitarias, funcionarios y medios se encargan de criminalizar dichas acciones. A ningún gobierno le conviene perder el “control del control” que ejerce de forma por demás cuestionable.

Ante este panorama, no sólo la gran amenaza del narco y la delincuencia organizada merece una atención inmediata y eficaz de los gobiernos en turno sino también la delincuencia de baja intensidad que mina poco a poco el nivel de vida de millones de personas atrapadas por el miedo en el México de hoy. De no ser así, su inacción o falta de resultados abonaría argumentos a una tercera hipótesis, la cual nos llevaría a sostener que el aparente “Estado fallido” es una estrategia de control sobre las masas muy al estilo de la “doctrina del shock” de Naomi Klein.

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