martes, 5 de febrero de 2013

Son jóvenes, son estudiantes de preparatoria, son narcojuniors…son asesinos

FUENTE: LA POLICIACA.


En el Sinaloa de los años veinte, Rosalía fue raptada, violada y golpeada hasta dejarla por muerta, desnuda en el monte. El autor fue un joven influyente encaprichado con ella por sus rechazos. Se supo porque la víctima se atrevió a denunciar.

Pero la impunidad pudo más que la justicia, al grado que el delincuente presumió: “El comandante le debe el hueso a mi papá (…) y (…) el presidente municipal es su compadre. Fue (Rosalía) al Ministerio Público y la mandaron a la chingada porque cuando va el gobernador a comer a mi casa se le paga al licenciadillo ése”.

Esta es una historia contada por el investigador universitario Arturo Zavala, en su libro Cultura y Violencia en Sinaloa.

A 90 años de distancia, la diferencia es el incremento en el homicidio de mujeres, muchas de ellas menores de edad. Por lo demás, la impunidad sigue latente. Más aún porque estos asesinatos se atribuyen a la violencia de género por narcotráfico. Y los muertos se suman a la lista de los saldos de la lucha entre cárteles rivales de narcotráfico, que en la mayoría de los casos ni se investigan, mucho menos se resuelven.
“El ambiente en los Cobaes (colegios de bachilleres) es de no creerse —relata un maestro del Cobaes, quien pide no dar a conocer su identidad por temor a represalias de la institución— los muchachos se valen de muchas cosas para aprobar sus materias sin el menor esfuerzo y actúan sin una pizca de respeto; por el otro lado, hay maestros que les piden dinero para no reprobarlos, incluso una secretaria de una de las preparatorias tenía una lista de maestros con las tallas de camisas y sus gustos para que los estudiantes supieran qué regalarles”.

El catedrático ha impartido clases por más de 40 años y ha visto de todo: “Los buchones que pasan rechinando llanta frente a la escuela para impresionar a las muchachas y muchas se van con ellos y luego las botan; amenazas de muerte a maestros por reprobar a las novias; balaceras que destrozan autos de profesores o van directo al edificio, con el fin de intimidar”.

“Hoy en día es una simulación lo que estamos haciendo las autoridades educativas de este nivel, porque al final, los muchachos siempre pasan de grado, algunos porque se mocharon con un regalito con el maestro y otros porque los convencieron con otros métodos, incluso con amenazas”. Muestra una lista escolar con 35 nombres de estudiantes, de los cuales 15 están reprobados, a pesar de tomar un curso extraordinario: “La orden que me dieron fue: ‘pásalos a todos, que no repruebe ninguno’”.

El desplante de osadía, amparado por la influencia del dinero y del compadrazgo llega a todas las preparatorias, incluso a las facultades de la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS). Ejemplos hay muchos, como el que ocurrió hace años, cuando al filo de las diez de la mañana, cinco camionetas último modelo entraron quemando llanta al estacionamiento de Ciudad Universitaria.

Un joven de aproximadamente 20 años bajó de una Hummer, con pistola al cinto, dos vasos con hielo en una mano y una botella de whisky en la otra. De otra camioneta bajó una banda de música tocando los ritmos alegres de la tambora. Ante la seña del muchacho, un guardaespaldas bajó del vehículo un arreglo natural de rosas rojas de dos metros de alto que puso a los pies de una joven estudiante de la Universidad, quien fue el motivo de tal alboroto. La serenata mañanera atrajo a los estudiantes de la Facultad de Derecho, quienes se arremolinaron en torno a la improvisada fiesta.

Mientras los jóvenes charlaban y bebían, ocho guaruras armados observaban la escena a escasos quince metros de distancia. Los maestros, temerosos, solo atinaron a solicitar, de la manera más atenta, que por favor guardaran sus armas en los vehículos.

Escenas como estas son cada vez más comunes. Los narcojuniors, llamados también buchones, se pasean a gran velocidad en autos de lujo por la capital del estado haciendo alarde de derroche. Otra estampa es la de adolescentes jugando arrancones en autos del año, al filo de la media noche, por las avenidas largas, delineadas y poco transitadas de la ciudad.

Otro profesor, pero de la UAS, quien también pidió el anonimato, señala que “muchas jovencitas, más que aspirar a un mejor nivel cultural, viven esperanzadas de encontrar algún hombre que les pueda dar dinero y estatus. Y se sienten orgullosas de tener una relación sentimental con hombres narcotraficantes. Ellos las asedian afuera de las escuelas, al final de clases, las suben a sus carros y de ahí, las pasean, les compran ropa y les dan celulares”.

Menciona que “la oportunidad de ganar dinero fácil hace que algunos jóvenes se involucren en el negocio de las drogas, porque la narcocultura ha calado fuerte en la mentalidad de muchos adolescentes al grado de que hay una aspiración por pertenecer a los cárteles de las drogas porque pueden manejar un auto de lujo, traer una pistola o metralleta, un puñado de dólares y droga”.

Explica que “cuando los muchachos son reclutados los ponen a cuidar residencias, o se convierten en burreros al llevar pequeños cargamentos hacia Estados Unidos, y en el peor de los casos, como sicarios, realizan levantamientos y ejecuciones de los enemigos de sus patrones”.

Cientos de jóvenes también son reclutados como puchadores o halcones. En cada colonia operan grupos de 15 a 20 adolescentes que venden droga al menudeo, o a bordo de cuatrimotos recorren las calles donde crecen, para cuidar que nadie extraño o sospechoso entre a su “territorio gobernado por el narco”.

Por otra parte, de los pueblos serranos llegan muchas niñas, casi adolescentes, a casa de familiares en las principales ciudades del estado. Son enviadas por sus padres para ponerlas a salvo de los jefes mafiosos o sus gatilleros “porque si les gustan se las llevan a la sierra y sepa Dios si las volvemos a ver”.

Estatus y poder

En un estudio sobre la respuesta de los jóvenes a la oferta de las organizaciones delictivas en Sinaloa, el catedrático de la Facultad de Psicología de la UAS, Tomás Guevara Martínez, plantea que ha aumentado el número de estudiantes de bachillerato que no considera la formación profesional como parte de su proyecto de vida.

El equipo del investigador Tomás Guevara ha entrevistado a estudiantes de bachilleres. Más de uno les ha contestado que desean ser narcotraficantes “para tener dinero y esas morras que andan con los narcos” y mostrar con orgullo toda la parafernalia que se ha relacionado con el narco: medallas de oro, camionetas, botas, atractivos celulares.

En Sinaloa, recuerda Guevara Martínez, hay un dicho popular: “Más vale vivir cinco años como rey, que 50 como buey”. Y en un Estado donde la violencia se ha banalizado, “los jóvenes ahora están expuestos continuamente a la violencia y a la muerte. La miran por todas partes, la viven a diario. Así que, morir ya no los detiene, para muchos es como si se tratara de una película de aventuras”.

En el estudio Jóvenes y Narcocultura, elaborado por la Secretaría de Seguridad Pública Federal, se hace referencia a los hijos de los contrabandistas quienes “reconstruyen su identidad a través de un descarado y cínico orgullo del ser narco, mismos que se dedican al antiguo oficio heredado por sus padres; sin embargo, el código de honor, el respeto a la familia y a la comunidad, la mesura y la seriedad en el negocio del contrabando toman un papel menos importante, a diferencia de cuestiones como el despilfarre de dinero, la parranda y la agresión a los que otrora fueran parte de sus bases de apoyo social, los marginados son ahora algunas de sus víctimas”.

Un informe elaborado por 96 organizaciones civiles y entregado a la Organización de Naciones Unidas en 2010, refiere que los jóvenes reclutados por los cárteles del narcotráfico están involucrados, además de la producción y venta de drogas, en homicidios, secuestros y robos.

“Pero hay estados como Sinaloa, agrega el documento, donde la presencia delictiva de los jóvenes es alarmante. Un 72 por ciento de la comisión de delitos que van del robo, asalto bancario, secuestro, homicidios, porte de armas y tráfico de drogas, están protagonizados por jóvenes de entre 18 y 29 años de edad, según la Secretaría de Seguridad Pública”.

Hechos y cifras

— Unos 35 mil niños de entre 12 y 15 años fueron reclutados por bandas del narcotráfico mexicano en los últimos cuatro años. Los utilizan porque los menores de 14 años tienen inmunidad constitucional para no responder penalmente por sus actos, aunque hayan asesinado, secuestrado o torturado, sostienen expertos mexicanos.

— El 15 de noviembre del año pasado, un alumno del Cobaes 26 ubicado en el centro de una ciudad, disparó con un arma de fuego en contra de uno de sus compañeros, con quien supuestamente cuenta con rencillas personales por una joven. El hecho provocó pánico de alumnos y maestros y una intensa movilización de las autoridades policiacas y de los cuerpos de auxilio.

— También a mediados de noviembre, sujetos desconocidos reventaron las cuatro llantas y rompieron con un bate los cristales de una camioneta propiedad de la directora de la Escuela Primaria José Vasconcelos, ubicada en el fraccionamiento Villa Satélite. Colocaron un mensaje en el cofre: “Esto es x no dejar entrar a los niños a la hora que llegan, si no los dejas entrar después de las 08:00 los que siguen van hacer (sic) para ti, atentamente LaCoste”.

— De acuerdo con estadísticas de la Procuraduría General de Justicia del Estado de Sinaloa, en los primeros siete meses de 2011 fueron asesinadas mil 400 personas en la entidad, de las cuales aproximadamente el 60 por ciento eran jóvenes de entre 15 y 25 años de edad.

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